domingo, 24 de enero de 2016


Su Amiga “Hilacha”

Cuando mis padres, al término de la merienda se sentaban junto al calor del fogón de la cocina, era momento propicio para escuchar sus conversaciones muy amenas y educativas. Todavía me acuerdo de mi infancia cuando mi madre, con su característico lenguaje, nos contaba narraciones de inconfundible mensaje; mis hermanos que sin quitar la mirada sobre ellos, escuchaban con mucho interés  las empedernidas conversaciones. Todavía me acuerdo…cuando mi madre empezaba su retreta de inconfundibles historias…” Cuentan que…” y daba inicio a  sus charlas interminables. Aún late en mi memoria aquella historia de mucho mensaje costumbrista que mi madre repetía y que caló mucho en mi mente de infante.

             Sucedió un día, cuando el sol empezaba lentamente a ocultarse  bajo el cielo azul y entre los tupidos eucaliptos. Los pobladores que empezaban a abrigarse con su típico poncho de lana de oveja y descansar recostados sobre el “pollo” del pie de su casa, esperaban junto al ulular de las aves nocturnas, la llegada del anochecer. Allá cuando la tarde empezaba a morir; cuentan que dos “repuchos” soldados defensores de la patria habían desertado de su cuartel militar fronterizo y habían dejado su deber como peruanos. Sin más que su indumentaria, buscaban un lugar donde pasar la fría  noche. A lo lejos, entre los naranjales, plantas de guineo y cañas de azúcar,  los soldados divisaron una pequeña y rústica casa, que con las justas la detenían unos delgados palos de paltón. En aquella humilde morada, residían una pareja de ancianos, los mismos que por la mañana habían sacrificado un enorme y gordo animal porcino, y que sus vecinos  habían ayudado al sacrificio, para comerlo con mote “arrecho” y asentarlo con un rico “guarapo”.

            Los soldados  llenos de cansancio y  temblando de frío llegaron a la casucha y pidieron de favor un lugar donde  quedarse y así poder descansar. Los ancianos, como toda gente generosa y solidaria de la sierra, les dieron cobijo y los invitaron a descansar en el “pollo” o asiento de barro que tenían fuera de su casa. Los ancianos iniciaron la conversación con los defensores de la patria, preguntándoles que los traía por aquellos lugares y ellos retrecheros desvían la pregunta, emitiendo respuestas incoherentes. Ya cubiertos por la penumbra de la noche, los humildes  viejecitos invitaron a los forasteros a pasar a la vieja y ahumada cocina para que disfruten de abrigo y merienden “mote con carne de chancho frito”. Los malévolos  desertores ya se habían percatado del animal sacrificado y a la hora de irse a descansar insistieron en quedarse en la cocina y así de este modo llevar a cabo su mala acción.

            A la media noche los visitantes llevaban a cabo su malévolo plan. Ellos preparaban su  equipaje, aprovechando el segundo sueño de los ancianos. De pronto en el silencio de la noche se escuchaban murmullos silenciosos que decían: ¡la pierna derecha! ¡La pierna izquierda! ¡El brazo derecho! ¡El brazo izquierdo! ¡El obispo también marcha! Al escuchar tal  murmullo, los pobres viejecitos se despertaron y entre voz baja conversaban: -pobre gentecita – Tantos golpes y patadas alocándose están, hasta el “obispo” lo mentan. Los dueños de casa no sospechaban que estas frases utilizadas en el cuartel eran solo para engañarlos, los soldados estaban guardando toda la carne en la vieja y sucia alforja.

            En el umbral de la vieja y ahumada cocina un gallo miraba silenciosamente todo lo que acontecía y a un costado del polvoriento suelo se hallaba el hacha, fiel amiga y compañera inseparable de las grandes faenas del pobre anciano. También fueron robados, el gallo bajo el “sobaco y el hacha sobre el grueso y caído hombre del malhechor.

            El despertar de la aves se sentía, era hora de enrumbar con su cometido, de pronto en la quieta noche se escucha una unas voces  temblorosas… ¡Oiga…oiga,..Nos vamos ya…nos hacemos tarde…! Los viejecitos sin levantarse y con voz ronca y apagada contestaron… ¡No se vayan todavía! ¡Quédense a desayunar! ¡Se van cuando les cante el gallo! Los soldados murmurando sarcásticamente respondieron - ¡Gracias ¡ ¡No se preocupen! ¡Más allá nos cantará! que no le iba a cantar si lo llevaban junto con ellos. Estos muchachos se despidieron con esta última frase. ¡Se despide su amiga hilacha!... y junto con el nuevo equipaje partieron con rumbo desconocido.

            Cuando los fuertes rayos del sol penetraban por las rendijas de la humilde morada, los ancianos se despertaron preocupados al no haber escuchado cantar a su ave de corral, porque era quien los despertaba. En ese momento se dirigieron apurados a la cocina dándose con la sorpresa que los visitantes habían cargado con la carne, el gallo, la vieja  alforja y su amiga inseparable, el hacha.
            En los pueblos  de Yanchalá, Tacalpo y otros caseríos aledaños a la frontera ecuatoriana,  las personas de avanzada edad aún cuentan esta historia a sus hijos y nietos  alrededor de las tulpas o cuando descansan encima del viejo “pollo” de adobe

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