domingo, 24 de enero de 2016


La leyenda de la Shingaya

Lo que voy a narrar me lo conto un amigo, que casi le ha pasado de todo. No se si será verdad o mentira, lo cierto es que concuerda con esas tantas historias que la gente del alto Piura cuenta; esos relatos sobre duendes, fantasmas, muertos, el diablo, entre otros seres inimaginables, que parece ser cierto. Me causó total asombro escuchar por primera vez a mi compañero de trabajo decir: - Has escuchado hablar de la shingaya- Le dije que no. -¡Ah entonces no sabes nada me dijo!- Te voy a contar lo que me sucedió en Huarmaca cuando yo trabajaba con mi mujer en Hualapampa, un caserío cercano a la ciudad.

Un día con mis amigos me reuní, como de costumbre en Huarmaca, aprovechando el tiempo disponemos de tomarnos un trago para matar el tiempo y conversar algunas anécdotas de nuestra juventud y niñez. Entre copas y más compas  no me había dado cuenta que la noche estaba naciendo. Ya era tarde, las aves nocturnas empezaban a delirar y asustar a la vez con su cantar melancólico. La gente del pueblo se recogía aceleradamente a sus moradas, parece que sus instintos les avisaban que algo raro y terrorífico iba a suceder. A mi mente yacía el recuerdo de las historias de terror que por los alrededores de Huarmaca narraban, se me hacía un mundo pensar que por aquellos sitios alejados de la ciudad asustaban y era incrédulo a tan fascinantes narraciones. Mi esposa, era docente del caserío de Hualapampa y estaba muy lejos del lugar donde yo vivía, ella había viajado a la ciudad de Piura por tema de salud junto a mi hija. Yo tenía que retirarme a mi domicilio que quedaba a media hora del pueblo de Huarmaca. Entre seguro y desconfiado me encontraba, ya que tenía una vieja moto para trasladarme de manera rápida  a mi lugar y en mí, pensaba que llegaría rápido a mi destino. Nuevamente vino a mi memoria los discursos de aquellos ancianos que había conocido en alguna de mis fanfarreas  realizadas por aniversario de la escuela, tenga cuidado con la shilcaya, le sale a las personas que se meten con los familiares cercanos. Yo seguro que nada me pasaría seguí consumiendo el poco tiempo que me quedaba para partir con mis amigos y consumiendo algunas copas de licor.

La gente que me rodeaba animaba la poca fuerza y valor que me quedaba, pero después de otras copas me arme de valor, para seguir con mi camino. Era momento propicio para partir a mi hogar. Algo extraño sucedía, la vieja moto parecía que se había empeñado en que me haga más de la hora. La primera patada de arranque que le di, casi arranca mis huesos de la canilla derecha. Hice mucho esfuerzo y el motor parecía que se había confabulado con algún hechizo nocturno. La moto no prendía, al parecer no quería que me vaya a mi casa. Después de mucho tiempo de insistencia la moto arrancó, pero se apagó nuevamente. Creo que algo me avisaba y no lo quería aceptar. En ese rato volvieron a mis recuerdos las historias que me habían contado mis amigos y familiares. Armándome de valor le di una sorprendente patada y la moto arranco en un instante; sin despedirme de mis amigos salí muy rápido, camino a casa de un amigo para pedir posada y descansar y así viajar en la madrugada.

Cerca de las dos de la mañana y con los estragos del alcohol, emprendí mi viaje al caserío de Hualapampa. Ya en el camino a mi mente nuevamente se volcaban los recuerdos fantasiosos de la Shilcaya y otros duendes malévolos. La neblina densa hacía contraste con el oscuro manto  de la noche; por coincidencia ningún viajero pasaba por aquella carretera. La oscuridad había penetrado hasta en lo más profundo de mí ser, solo se veía a un metro de mi nariz, ya que la luz de la moto tampoco ayudaba en nada y tenía que manejar lentamente y evitar desbarrancarme en alguna de esas curvas peligrosas que por Huarmaca existen. Ya eran casi las tres de la madrugada, en una curva peligrosa, cerca de un enorme higuerón, al costado de ……..,la luz de la moto reflejó a lo lejos la luz de dos ojos muy rojos que se iban acercando más y más, yo pensé que de repente era un perro vagabundo u otro animal nocturno. El miedo empezó a filtrarse en mí, mi cabeza la sentía pesada haciendo que las ideas y pensamientos se junte y consuman en un solo en el ser del cual me habían contado. Era ella, la Shilcaya, aquel ser maligno que toma la forma de un animal y a veces se aparece con cuerpo de perro y cabeza de mujer conocida y se les aparece aquellas personas que conviven con algún familiar y que en otros lugares de la serranía piurana le llaman cawishos o diablos. Por los nervios la moto se apagó. El silenció invadió mi ser;  solo alumbraba el reflejo de sus ojos y su cuerpo era como un perro sin rabo de color tierra. Allí estaba babeando y sus ojos no dejaban de brillar cada vez más, se acercaba más y más  e iba tomando el tamaño y la apariencia de una vaca. Yo casi había perdido el conocimiento y todo tipo de control. Ese ser escalofriante y terrorífico empezó a dar gritos extraños, parecidos a los que dan los animales de la selva, sus gritos era como una mescla de dos animales. Fue tan grande mi pavor que me orine en el pantalón; yo sentía que mi cuerpo ya no resistía más, quería gritar, pero no podía, miraba a los alrededores y solo era penumbra y soledad. Estaba cerca de convertirme en uno de ellos y que me lleve a su guarida y posea mi espíritu y alma. Como se sabe, según la leyenda, a las personas que se les aparece la shilcaya, los consume y logra convertirlos en uno de esos seres terroríficos.  No sé de donde me salió fuerzas para acordarme de Dios, pensé en Jesucristo y eleve una oración; tome mucha fuerza y le di arranque a mi vieja motocicleta; por obra del señor prendió rápidamente y salí de aquel lugar. Mis manos frías y “engarrotadas” trataban de dar vuelta al acelerador y dar marcha aceleradamente. La moto se había enfriado y el sonido era Toc,toc,toc,… como que si la gasolina no subía al carburador. Mi experiencia como chofer motorizado hizo poner en práctica mi habilidad de conductor de mucho tiempo y aceleré totalmente, haciendo que el vehículo corra rápidamente. Apurado manejaba, que no volvía a mirar hacia atrás, solo miraba de reojo el reflejo del espejo retrovisor. Grande fue mi sorpresa al ver que mis ojos estaban muy rojos, parecía que brotaba sangre. Me encantó ese ser, fue lo que primero pensé y nuevamente el miedo quería apoderase de mí. Mi cabeza imaginaba muchas tonterías, recreaba caras de muchas personas extrañas, seres inimaginables, caras de payasos. Me encontraba aturdido, pero seguía manejando. Ya alejado muchos metros del lugar fui recobrando la noción y los estragos del licor habían desaparecido por completo. Volví a la normalidad y me di cuenta que me había hecho en mi pantalón, había sido muy grande el susto. Al poco rato con el miedo mermado llegué a mi destino.

No sé qué fue lo que salvó mi  vida, fue mi valor, las animas benditas que en el camino había o fue la ayuda de Dios, que hizo que me acercara más a él. Lo importante fue que el ser humano tiene una infinidad de poder interno que de alguna manera los exterioriza en los momentos difíciles. Seamos crédulos del señor y enmendemos nuestros errores. Hagamos el bien y profesemos que lo bueno y lo malo existe.

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Adaptada por Profesor. José C. Sánchez Troncos.

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