Leyenda del Conde de Frías
Los
chinchacharas, Huamingas y Tujes, fueron etnias que antecedieron al pueblo
friano; cada uno de ellos con características particulares; los primeros eran
solidarios, colaborativos y muy pasivos, aferrados a la madre naturaleza y se
dedicaban a la crianza de venados, auquénidos y otros animales silvestres, los
cuales habían domesticado y cuidaban con tanto esmero; los Huamingas, sin
embargo era un grupo cultural diestro en el dominio de armas y con temple de
luchadores y expansionistas por excelencia, los mismos que tenían, como jefe a
un gran curaca o Huaminja. Ellos vivían en armonía con su ambiente natural, ellos
consideraban a la mamapacha como su protectora y al sol como su dios supremo. Cada etnia vivía en su hábitat, cuyo territorio era muy fructuoso y productivo, además
contaba con un envidiable clima y paisajes exuberantes; ellos, eran dueño de muchas
tierras, grandes riachuelos, enormes citanes y cascadas.
La
fuerza del conquista española, se evidenció con las reducciones y
evangelización de pueblos indígenas serranos
y yungas de Piura; habían tomado mucho auge la expansión; la participación de
los corregidores y curas evangelizadores fue crucial. La creación de curatos,
capillas y cofradías, fue la estrategia empleada para poder catolizar a los naturales;
este fue el contexto para ir introduciendo la fervorosidad católica a través de
los santos correlones, las vírgenes bondadosas, los “patroncitos” del pueblo. Las
reducciones toledanas empezó con mayor auge en Piura a partir del año 1572, las
mismas que habían tomado tal notoriedad, ya que los indios se resistían a
abandonar sus huancas y cerros sagrados; ellos querían vivir junto a sus dioses
el sol, la luna o quilla, las lagunas, las aves silvestres y sus casas hechas
de barro, quincha y paja. Por aquellos tiempos hicieron su primera aparición
los curas evangelizadores jesuitas, mercedarios y franciscanos.
Cuando
los clanes Huamingas, Chincharas y otros de la parte baja de Serrán, habían sido
reducidos, se les impuso a su santo patrón San Andrés, que al principio fue una
estatuilla de mármol, y que después los nativos le hicieron un templo cerca de
un ciénego y que posteriormente lo idolatraban con mucho fervor y algarabía,
convirtiéndose en una de las fiestas patronales más importantes de la serranía
piurana, incluso con paseo y sacrificio de cóndores, que cazaban en las alturas
de la meseta andina.
En
este contexto se ubica la leyenda de un gran personaje, que por problemas de
salud tuvo que trasladarse al pueblo de San Andrés, pueblito que por
disposición de las leyes toledanas los encomenderos tuvieron que conformar, a
partir de clanes que se encontraban esparcidos y viviendo cerca de sus huacas y
de la naturaleza, para poder curarse de una rara enfermedad. Según cuentan, que
este personaje era un Conde muy adinerado, como se sabe que es un título
nobiliario con el cual los monarcas o sus representantes dan su gratitud a
algunas personas por su valentía. Para los godos españoles era alguien digno al
cual le daban la confianza de guardar tesoros, palatino, etc. Militarmente su
categoría era inferior a la de duque. El trato que reciben los nombrados con
título de Conde, es el de Excelentísimo. A partir del siglo XIX quedo reducido
a título puramente honorífico.
Según
la leyenda, es poco lo que se conoce sobre este Conde; no se sabe cuál era su nombre, como era
físicamente, si tenía o no familia, cuál era su edad; solo se conoce que era de
origen hispano, de un lugar llamado Frías, posiblemente de Albarracín, en
España, y que por cuestiones del destino llegó a buscar fortuna en tierras peruanas
y estando en Piura adquirió una enfermedad muy rara, algunos dicen que era
tuberculosis. Sus médicos de cabecera le recomendaron un clima favorable para
que pueda curarse. Dicen que durante la estadía en el pueblo y mientras se
curaba, este hombre fue bastante misericordioso, generoso y benefactor con los pobladores.
Empezó a organizar y ayudar a los indígenas, les ayudaba a diseñar la
construcción de sus casas, como labrar y cultivar la tierra, como curar y criar
sus animales, así como enseñarles algunos oficios, además les ayudaba
económicamente y los defendía cuando sus derechos como arrendatarios les eran
mancillados. Este personaje se ganó el respeto de todo el pueblo de San Andrés.
El
Conde de Frías paralelamente a su labor benéfica realizaba su tratamiento médico
con medicina científica y tradicional, en aquel pueblo. Cuentan que a pesar del
tratamiento, su mal, no tuvo mejoría; se
dice que se consumió y decayó mucho y después de varios años de padecimiento
murió. La tradición que se ha mantenido nos dice que este personaje compartía
sus riquezas con ellos, incluso al momento de morir repartió su herencia y
bienes entre los pobladores de San Andrés.
Los
moradores sintieron mucho la muerte del Conde de Frías, ya que este personaje
había sido bueno y caritativo con este pueblo. Los caciques y demás pobladores
de manera mancomunada decidieron agregar Frías, al nombre actual, en
agradecimiento a la generosidad del conde Español. Es decir que el pueblo pasó
a llamarse, San Andrés de Frías, y es así como empiezan a regístralo en las
diferentes crónicas y documentos coloniales, a partir de 1550 aproximadamente.
La
leyenda de las propiedades curativas del pueblo de San Andrés de Frías, se
seguía expandiendo desde muchos años atrás, siempre ha sido considerado como un
pueblo mágico, religioso, curativo y muy atractivo para visitarlo debido a su
ambiente y clima sano para curar diversos males. Es así que en el año de 1834, Teodoro
de los Santos Fernández de Paredes y Noriega Carrión Gelder, hijo de Don
Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega, último Marqués de Salinas,
tuvo que trasladarse a este pueblo para tratar de curarse de problemas pulmonares y de alcoholismo.
Después de muchos esfuerzos por mejorar la salud del hijo del Márquez, no se
pudo lograrlo, debido a que estaba en la
fase terminal y había llegado demasiado
tarde. Su padre, el Marqués, después de
su muerte tuvo tal desconsuelo por la pérdida de su único hijo, dicta la
tradición, lo llevó a construir el cementerio que aún hoy conserva la ciudad de
Piura, el cual, fue levantado para honrar la memoria y ganar el cielo para el
joven Teodoro.
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