CUENTOS Y LEYENDAS DE PIURA: Leyenda del Conde de Frías
Loschinchacharas, Huami...: Leyenda del Conde de Frías Los chinchacharas, Huamingas y Tujes, fueron etnias que antecedieron al pueblo friano; cada uno de ellos c...
CUENTOS Y LEYENDAS DE PIURA
En este blog encontraras muchas historias fascinantes que a través del tiempo se han trasmitido de generación en generación usando un lenguaje literario natural y popular. Se tiene como objetivo principal dar a conocer a través de la literatura popular cuan rico es nuestra cultura piurana. Podrás encontrar cuentos y leyendas del Alto, medio y Bajo Piura escrito por narradores de mucha experiencia, asi como los que se están iniciando en este bello arte, como es la literatura.
lunes, 25 de enero de 2016
domingo, 24 de enero de 2016
La mujer
de blanco
Las fantásticas y
escalofriantes historias de las viudas, las mujeres de blanco, las novias se escuchan en casi todo el mundo, la
forma como han sido trasmitidas esas leyendas hacen pensar que pareciera
verdad, incluso han sido llevadas hasta la televisión. El pueblo de Frías fue
escenario de algo parecido, hace muchos años atrás, cuando el pueblo todavía se
alumbraba con mechones, velas y petromax, debido a que la luz de la
hidroeléctrica funcionaba de manera temporal. En las solitarias y frías noches, cuando la neblina cubría
parte de las calles del pueblo, las luciérnagas hacian delirar y temblar a
cualquier parroquiano que cegado por algunas copas de licor, imaginaban el
bulto negro que deja en su prender y apagar. Es el muerto dicen muy asustados.
En una de esas incontables noches varias personas pregonaban haber visto
aparecer a una mujer vestida de blanco, con la mirada hacia el suelo, pelo
largo y que empezaba a recorrer parte del pueblo. Decían que la encontraban parada en la puerta de lo que
hoy es el templo “San Andrés”, de pronto se elevaba como si estuviera volando y
recorría la plazuela siguiendo su trayecto hacia las instalaciones del viejo
palacio municipal, que en ese tiempo se denominaba cabildo y que estaba
construido de madera, adobe y algunas partes de concreto y que sirvió a la
hacienda como lugar para ubicar el cepo y poder castigar a los peones que no
aportaban a los terratenientes.
Son muchas versiones que
se han transmitido sobre aquel insólito suceso. Cuentan que en una ocasión un empleado, que en aquellos tiempos cuidaba
el longevo local del municipio, antiguamente el cabildo, junto con su hijo en
una noche solitaria escuchó pasos muy fuertes
y bien marcados que recorrían el piso de madera. Los asustados vigilantes, pensando
que eran ladrones, con mucho temor se arrimaron en una de las paredes de madera.
Disimuladamente alcanzaron a ver que una mujer que recorría los pasadizos yendo
y viniendo y de pronto desaparecía. Las mentes de los infortunados guardianes
yacían en un manto de temor y hacía que su cuerpo se les pusiera como piel de
gallina. Ellos muy asustados corrieron donde sus familiares a contar lo
sucedido.
En otra oportunidad,
cuentan que un ex alcalde, ya encomendado en la gloria del Señor,
al promediar las seis de la tarde, la neblina no dejaba ver más allá de
nuestra nariz y el frío inmenso invitaba a cobijarse más, cuando ya culminaba
su ardua labor despidió a su secretaria de cabecera y pidió que dejara cerrando
que ya regresaría, entonces saliendo de la puerta pasando por el antiguo puente
que unía con la plaza vio pasar una señora cabeza baja, él la saludó pero se extrañó al ver que la
mujer ni siquiera le contestó, regreso a
mirarla y vio que ella se dirigía a la oficina donde atendía la secretaria. Él
se regresó para averiguar quién era preguntándole a la secretaria donde estaba
la mujer ,la cual le contesto que ella no había visto entrar a nadie, el jefe
edil le replicó que clarito había visto entrar a una mujer, resaltando que él
no estaba loco ni borracho.
Así varias personas se han
encontrado con misteriosos casos. En las sólidas noches la gente recuerda
aquellos relatos y caminan con mucho cuidado acompañados, otros no se
emborrachan y van a su casa antes de la media noche.
Noche de
terror
Las historias de terror que
escuchaba en mi niñez y parte de
mi juventud, eran muy fascinantes y escalofriantes. En las conversaciones familiares
nocturnas, eran infaltables. ¡Fijate! …Dicen que por las noches sale el muerto,
también sale la cosa mala y el duende
ensombrerado… Al escuchar los primeros relatos se nos venían a nuestra
imaginación y recreábamos a aquellos personajes alucinándolos de manera
fantasmagórica. Nosotros cada vez más no pegábamos a nuestro padre, madre o
hermano mayor, evitando mirar hacia la oscuridad que nos rodeaba. El relato transcurría, nuestra cabeza cada
vez iba pesando más y más; nosotros muy concentrados no desprendíamos la mirada
del relator y cada vez alucinábamos más. Estas historias se repetían de manera muy frecuente antes o
después de la merienda, porque esa era la manera de mantenernos entretenidos y
educarnos tradicionalmente, formarnos en valores y ser precavidos en la vida.
Al término de las narraciones, nadie quería moverse a su cuarto a descansar,
todos los menores querían que no los dejen solos, porque a su mente volvía los
recuerdos sintiendo temor irreversible.
Un gran amigo me conto una de esas historias alucinantes que
he tratado de recrear a través de esta líneas. En el pueblo de Frías, en tiempos cuando la luz de la hidroeléctrica de
El Común alumbraba temporalmente solo cuando había lluvias de invierno, sucedió
algo muy alucinante y fantasioso. Una noche como todas cuando solo alumbraban
algunos mechones de las casitas de barro con techo de teja. Allá cuando el frío
hacía tiritar a más de un parroquiano, que con su poncho de lana y su botella
de cañazo se cobijaba en alguna esquina o rincón de las calles solitarias. La
luz de las luciérnagas se notaba a penas en la negra noche que era envuelta por
el manto de páramo que la hacía más terrorífica. En el pueblo solo se escuchaba
algunos yaravíes y carcajadas a lo lejos de alguna cantina refundida.
A estas horas los pretendientes aprovechaban para visitar y
conversar con su amada. Los jóvenes enamorados con tal de ver de manera ilícita
o formal buscaban la forma de encontrarse con su amada, logrando pasar muchos obstáculos y dejando de
lado los recuerdos de miedo de su niñez.
Miguel, un joven enamorado tuvo que pasar el mayor susto de su vida que casi lo
lleva a la locura. Después de haber compartido algunas copas de licor con sus
amigos, se da cita a ver a su enamorada afuera de su casa. Junto a ella, pasó
un grato momento, al parecer el dialogo se convertía más ameno ya que estaba
sazonado por algunas copas de licor y las palabras de galanteo se mezclaban junto al sonido de las gotas que
caían del techo de teja se su casa. Ya cerca de las doce de la noche, el
afortunado tuvo que retirarse por la calle desolada de siempre. Prendió la
linterna y se despidió de su amada. En ese instante volvió a la realidad y a su
instinto llegó un silbido muy fino penetrándole la cien. Volvieron a su mente
esos recuerdos de las más alucinantes historias de terror que sus familiares y
sus compañeros le platicaban en largas
conversaciones. El empezó a caminar por la bajada de la empedrada calle junto a
los pircos que servían de vereda a las viejas casonas del pueblo. Conforme
avanzaba los recuerdos se les hacían más pesados. El frío penetrante y la
neblina tiritaban su delgado cuerpo. En la oscuridad de la noche solo se
escuchaba el canto leve de los grillos, los aullidos lejanos de los perros
callejeros y las pequeñas gotas que escurrían del techo de teja de las
casuchas. Unas risas de niños que jugaban interrumpieron la luz de la linterna que
alumbraba el empedrado y por querer investigar que sucedía la luz del foco se
apagó y ante tanta insistencia por
hacerla funcionar la luz no respondía, intentando cada vez más nervioso
prenderla. El pavor se apoderó más y más de Miguel que después de tanto intento
la luz de la linterna prendió siguiendo su rumbo a la casa donde se encontraba
de pensión. El camino parecía interminable, parece que había sido trasladado a
otra dimensión. Después de algunos metros de caminata, Miguel de reojo alcanza
a ver una sombra que hacía juego con la luz de la linterna, logró ver la forma
de un niño y que cada vez se hacía más grande. Sin hacer caso a lo que sucedía
sigue su camino dando pasos más largos y caminando cada vez más rápido; él
sentía que lo seguían con ganas de enfrentarlo y él no miraba atrás.
A tanta insistencia y desesperadamente alcanza a alumbrar y
ve que eran dos pequeñitos ensombrerados. Eran duendes, de los que tanto en su
niñez le había hablado y que causaban mucha admiración y curiosidad. Como
sabemos los duendes son espíritus de la naturaleza y son muy traviesos y les
llama más la atención estar en contacto con los humanos, es por eso que se
acercan más a nosotros y hay más experiencias y a través del tiempo se han
convertido en fantásticas leyendas. Ellos suelen visitar nuestras casas, y si
la energía de nuestros hogares les parece cómoda, podrían quedarse con
nosotros. Los espíritus de la naturaleza y los seres del plano en el que
habitan ellos se alimentan de la energía que emana los sentimientos de las
personas, por lo que si en tu hogar hay malos sentimientos o pensamientos,
atraerás seres que se sienten cómodos con esa energía, y pueden ser duendes que
hacen travesuras bastante desagradables.
Miguel alcanzó a alumbrar y vio que tenían cara de adulto,
su tez bastante arrugados, sus brazos y manos muy gruesas y aparentando
semblante de querer llamar la atención de los parroquianos que deambulaban por
las oscuras calles. Miguel instintivamente corrió desesperadamente dejando
tirando la linterna y todo atrás. Tocó rápidamente la puerta de la pensión
donde habitaba, los dueños abrieron
encontrando a Miguel pálido y botando espuma por la boca. Miguel
deliraba y hablaba incoherencias queriendo contar lo sucedido. Los dueños
rápidamente corrieron a traer agua bendita, agua de azahares y otros remedios
para darle de beber. Miguel no respondía, solo seguía emitiendo sonidos no
entendibles. Al poco rato el joven muchacho volvió en sí. Llegando a contar lo
sucedido. Posteriormente Miguel solo iba a ver a su enamorada más temprano y
regresaba antes de las horas pesadas. Esta historia es una de las tantas que
han pasado en Frías, pueblo mágico y lleno de muchas historias y leyendas
ancestrales y populares.
Leyenda del Conde de Frías
Los
chinchacharas, Huamingas y Tujes, fueron etnias que antecedieron al pueblo
friano; cada uno de ellos con características particulares; los primeros eran
solidarios, colaborativos y muy pasivos, aferrados a la madre naturaleza y se
dedicaban a la crianza de venados, auquénidos y otros animales silvestres, los
cuales habían domesticado y cuidaban con tanto esmero; los Huamingas, sin
embargo era un grupo cultural diestro en el dominio de armas y con temple de
luchadores y expansionistas por excelencia, los mismos que tenían, como jefe a
un gran curaca o Huaminja. Ellos vivían en armonía con su ambiente natural, ellos
consideraban a la mamapacha como su protectora y al sol como su dios supremo. Cada etnia vivía en su hábitat, cuyo territorio era muy fructuoso y productivo, además
contaba con un envidiable clima y paisajes exuberantes; ellos, eran dueño de muchas
tierras, grandes riachuelos, enormes citanes y cascadas.
La
fuerza del conquista española, se evidenció con las reducciones y
evangelización de pueblos indígenas serranos
y yungas de Piura; habían tomado mucho auge la expansión; la participación de
los corregidores y curas evangelizadores fue crucial. La creación de curatos,
capillas y cofradías, fue la estrategia empleada para poder catolizar a los naturales;
este fue el contexto para ir introduciendo la fervorosidad católica a través de
los santos correlones, las vírgenes bondadosas, los “patroncitos” del pueblo. Las
reducciones toledanas empezó con mayor auge en Piura a partir del año 1572, las
mismas que habían tomado tal notoriedad, ya que los indios se resistían a
abandonar sus huancas y cerros sagrados; ellos querían vivir junto a sus dioses
el sol, la luna o quilla, las lagunas, las aves silvestres y sus casas hechas
de barro, quincha y paja. Por aquellos tiempos hicieron su primera aparición
los curas evangelizadores jesuitas, mercedarios y franciscanos.
Cuando
los clanes Huamingas, Chincharas y otros de la parte baja de Serrán, habían sido
reducidos, se les impuso a su santo patrón San Andrés, que al principio fue una
estatuilla de mármol, y que después los nativos le hicieron un templo cerca de
un ciénego y que posteriormente lo idolatraban con mucho fervor y algarabía,
convirtiéndose en una de las fiestas patronales más importantes de la serranía
piurana, incluso con paseo y sacrificio de cóndores, que cazaban en las alturas
de la meseta andina.
En
este contexto se ubica la leyenda de un gran personaje, que por problemas de
salud tuvo que trasladarse al pueblo de San Andrés, pueblito que por
disposición de las leyes toledanas los encomenderos tuvieron que conformar, a
partir de clanes que se encontraban esparcidos y viviendo cerca de sus huacas y
de la naturaleza, para poder curarse de una rara enfermedad. Según cuentan, que
este personaje era un Conde muy adinerado, como se sabe que es un título
nobiliario con el cual los monarcas o sus representantes dan su gratitud a
algunas personas por su valentía. Para los godos españoles era alguien digno al
cual le daban la confianza de guardar tesoros, palatino, etc. Militarmente su
categoría era inferior a la de duque. El trato que reciben los nombrados con
título de Conde, es el de Excelentísimo. A partir del siglo XIX quedo reducido
a título puramente honorífico.
Según
la leyenda, es poco lo que se conoce sobre este Conde; no se sabe cuál era su nombre, como era
físicamente, si tenía o no familia, cuál era su edad; solo se conoce que era de
origen hispano, de un lugar llamado Frías, posiblemente de Albarracín, en
España, y que por cuestiones del destino llegó a buscar fortuna en tierras peruanas
y estando en Piura adquirió una enfermedad muy rara, algunos dicen que era
tuberculosis. Sus médicos de cabecera le recomendaron un clima favorable para
que pueda curarse. Dicen que durante la estadía en el pueblo y mientras se
curaba, este hombre fue bastante misericordioso, generoso y benefactor con los pobladores.
Empezó a organizar y ayudar a los indígenas, les ayudaba a diseñar la
construcción de sus casas, como labrar y cultivar la tierra, como curar y criar
sus animales, así como enseñarles algunos oficios, además les ayudaba
económicamente y los defendía cuando sus derechos como arrendatarios les eran
mancillados. Este personaje se ganó el respeto de todo el pueblo de San Andrés.
El
Conde de Frías paralelamente a su labor benéfica realizaba su tratamiento médico
con medicina científica y tradicional, en aquel pueblo. Cuentan que a pesar del
tratamiento, su mal, no tuvo mejoría; se
dice que se consumió y decayó mucho y después de varios años de padecimiento
murió. La tradición que se ha mantenido nos dice que este personaje compartía
sus riquezas con ellos, incluso al momento de morir repartió su herencia y
bienes entre los pobladores de San Andrés.
Los
moradores sintieron mucho la muerte del Conde de Frías, ya que este personaje
había sido bueno y caritativo con este pueblo. Los caciques y demás pobladores
de manera mancomunada decidieron agregar Frías, al nombre actual, en
agradecimiento a la generosidad del conde Español. Es decir que el pueblo pasó
a llamarse, San Andrés de Frías, y es así como empiezan a regístralo en las
diferentes crónicas y documentos coloniales, a partir de 1550 aproximadamente.
La
leyenda de las propiedades curativas del pueblo de San Andrés de Frías, se
seguía expandiendo desde muchos años atrás, siempre ha sido considerado como un
pueblo mágico, religioso, curativo y muy atractivo para visitarlo debido a su
ambiente y clima sano para curar diversos males. Es así que en el año de 1834, Teodoro
de los Santos Fernández de Paredes y Noriega Carrión Gelder, hijo de Don
Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega, último Marqués de Salinas,
tuvo que trasladarse a este pueblo para tratar de curarse de problemas pulmonares y de alcoholismo.
Después de muchos esfuerzos por mejorar la salud del hijo del Márquez, no se
pudo lograrlo, debido a que estaba en la
fase terminal y había llegado demasiado
tarde. Su padre, el Marqués, después de
su muerte tuvo tal desconsuelo por la pérdida de su único hijo, dicta la
tradición, lo llevó a construir el cementerio que aún hoy conserva la ciudad de
Piura, el cual, fue levantado para honrar la memoria y ganar el cielo para el
joven Teodoro.
La
leyenda de la Shingaya
Lo que voy a narrar
me lo conto un amigo, que casi le ha pasado de todo. No se si será verdad o
mentira, lo cierto es que concuerda con esas tantas historias que la gente del
alto Piura cuenta; esos relatos sobre duendes, fantasmas, muertos, el diablo,
entre otros seres inimaginables, que parece ser cierto. Me causó total asombro
escuchar por primera vez a mi compañero de trabajo decir: - Has escuchado
hablar de la shingaya- Le dije que no. -¡Ah entonces no sabes nada me dijo!- Te
voy a contar lo que me sucedió en Huarmaca cuando yo trabajaba con mi mujer en
Hualapampa, un caserío cercano a la ciudad.
Un día con mis amigos
me reuní, como de costumbre en Huarmaca, aprovechando el tiempo disponemos de
tomarnos un trago para matar el tiempo y conversar algunas anécdotas de nuestra
juventud y niñez. Entre copas y más compas
no me había dado cuenta que la noche estaba naciendo. Ya era tarde, las
aves nocturnas empezaban a delirar y asustar a la vez con su cantar melancólico.
La gente del pueblo se recogía aceleradamente a sus moradas, parece que sus
instintos les avisaban que algo raro y terrorífico iba a suceder. A mi mente
yacía el recuerdo de las historias de terror que por los alrededores de
Huarmaca narraban, se me hacía un mundo pensar que por aquellos sitios alejados
de la ciudad asustaban y era incrédulo a tan fascinantes narraciones. Mi esposa,
era docente del caserío de Hualapampa y estaba muy lejos del lugar donde yo
vivía, ella había viajado a la ciudad de Piura por tema de salud junto a mi
hija. Yo tenía que retirarme a mi domicilio que quedaba a media hora del pueblo
de Huarmaca. Entre seguro y desconfiado me encontraba, ya que tenía una vieja
moto para trasladarme de manera rápida a
mi lugar y en mí, pensaba que llegaría rápido a mi destino. Nuevamente vino a
mi memoria los discursos de aquellos ancianos que había conocido en alguna de
mis fanfarreas realizadas por
aniversario de la escuela, tenga cuidado con la shilcaya, le sale a las
personas que se meten con los familiares cercanos. Yo seguro que nada me
pasaría seguí consumiendo el poco tiempo que me quedaba para partir con mis
amigos y consumiendo algunas copas de licor.
La gente que me
rodeaba animaba la poca fuerza y valor que me quedaba, pero después de otras
copas me arme de valor, para seguir con mi camino. Era momento propicio para
partir a mi hogar. Algo extraño sucedía, la vieja moto parecía que se había
empeñado en que me haga más de la hora. La primera patada de arranque que le
di, casi arranca mis huesos de la canilla derecha. Hice mucho esfuerzo y el
motor parecía que se había confabulado con algún hechizo nocturno. La moto no
prendía, al parecer no quería que me vaya a mi casa. Después de mucho tiempo de
insistencia la moto arrancó, pero se apagó nuevamente. Creo que algo me avisaba
y no lo quería aceptar. En ese rato volvieron a mis recuerdos las historias que
me habían contado mis amigos y familiares. Armándome de valor le di una
sorprendente patada y la moto arranco en un instante; sin despedirme de mis
amigos salí muy rápido, camino a casa de un amigo para pedir posada y descansar
y así viajar en la madrugada.
Cerca de las dos de
la mañana y con los estragos del alcohol, emprendí mi viaje al caserío de
Hualapampa. Ya en el camino a mi mente nuevamente se volcaban los recuerdos
fantasiosos de la Shilcaya y otros duendes malévolos. La neblina densa hacía
contraste con el oscuro manto de la
noche; por coincidencia ningún viajero pasaba por aquella carretera. La
oscuridad había penetrado hasta en lo más profundo de mí ser, solo se veía a un
metro de mi nariz, ya que la luz de la moto tampoco ayudaba en nada y tenía que
manejar lentamente y evitar desbarrancarme en alguna de esas curvas peligrosas
que por Huarmaca existen. Ya eran casi las tres de la madrugada, en una curva
peligrosa, cerca de un enorme higuerón, al costado de ……..,la luz de la moto
reflejó a lo lejos la luz de dos ojos muy rojos que se iban acercando más y más,
yo pensé que de repente era un perro vagabundo u otro animal nocturno. El miedo
empezó a filtrarse en mí, mi cabeza la sentía pesada haciendo que las ideas y
pensamientos se junte y consuman en un solo en el ser del cual me habían
contado. Era ella, la Shilcaya, aquel ser maligno que toma la forma de un
animal y a veces se aparece con cuerpo de perro y cabeza de mujer conocida y se
les aparece aquellas personas que conviven con algún familiar y que en otros
lugares de la serranía piurana le llaman cawishos o diablos. Por los nervios la
moto se apagó. El silenció invadió mi ser; solo alumbraba el reflejo de sus ojos y su
cuerpo era como un perro sin rabo de color tierra. Allí estaba babeando y sus
ojos no dejaban de brillar cada vez más, se acercaba más y más e iba tomando el tamaño y la apariencia de
una vaca. Yo casi había perdido el conocimiento y todo tipo de control. Ese ser
escalofriante y terrorífico empezó a dar gritos extraños, parecidos a los que
dan los animales de la selva, sus gritos era como una mescla de dos animales.
Fue tan grande mi pavor que me orine en el pantalón; yo sentía que mi cuerpo ya
no resistía más, quería gritar, pero no podía, miraba a los alrededores y solo
era penumbra y soledad. Estaba cerca de convertirme en uno de ellos y que me
lleve a su guarida y posea mi espíritu y alma. Como se sabe, según la leyenda,
a las personas que se les aparece la shilcaya, los consume y logra convertirlos
en uno de esos seres terroríficos. No sé
de donde me salió fuerzas para acordarme de Dios, pensé en Jesucristo y eleve
una oración; tome mucha fuerza y le di arranque a mi vieja motocicleta; por
obra del señor prendió rápidamente y salí de aquel lugar. Mis manos frías y
“engarrotadas” trataban de dar vuelta al acelerador y dar marcha
aceleradamente. La moto se había enfriado y el sonido era Toc,toc,toc,… como
que si la gasolina no subía al carburador. Mi experiencia como chofer
motorizado hizo poner en práctica mi habilidad de conductor de mucho tiempo y
aceleré totalmente, haciendo que el vehículo corra rápidamente. Apurado
manejaba, que no volvía a mirar hacia atrás, solo miraba de reojo el reflejo
del espejo retrovisor. Grande fue mi sorpresa al ver que mis ojos estaban muy
rojos, parecía que brotaba sangre. Me encantó ese ser, fue lo que primero pensé
y nuevamente el miedo quería apoderase de mí. Mi cabeza imaginaba muchas
tonterías, recreaba caras de muchas personas extrañas, seres inimaginables,
caras de payasos. Me encontraba aturdido, pero seguía manejando. Ya alejado
muchos metros del lugar fui recobrando la noción y los estragos del licor
habían desaparecido por completo. Volví a la normalidad y me di cuenta que me
había hecho en mi pantalón, había sido muy grande el susto. Al poco rato con el
miedo mermado llegué a mi destino.
No sé qué fue lo que
salvó mi vida, fue mi valor, las animas
benditas que en el camino había o fue la ayuda de Dios, que hizo que me
acercara más a él. Lo importante fue que el ser humano tiene una infinidad de
poder interno que de alguna manera los exterioriza en los momentos difíciles.
Seamos crédulos del señor y enmendemos nuestros errores. Hagamos el bien y
profesemos que lo bueno y lo malo existe.
Adaptada por Profesor. José C. Sánchez
Troncos.
El
citan encantado
Las creencias y supersticiones
que tiene la gente de los pueblos
serranos de Piura, forman parte de su cultura y que vienen arraigando
desde tiempos atrás. La creencia en las
huacas, lagunas, citanes y lugares encantados, le dan una forma tan real que
coincide con muchas cosas y que hacen creer a más de una persona. Frías es un
pueblo con expresiones culturales muy propias y que tiene mucho que contar.
A un costado del tradicional
pueblo de Frías, a pocos minutos de camino, se encuentra un hermoso río
nombrado por muchos como “El Citan Encantado”. Sobre aquel
lugar se han contado y trasmitido muchos relatos e historias que hasta hoy
causan mucho asombro. Aquel lugar está rodeado de frondosos higuerones,
guayaquiles, carrizos y diversas hierbas curativas. Sus aguas son cristalinas
en tiempo de verano y muy turbulentas en épocas de invierno, pero en si
encierra un encantador misterio. Este lugar que en tiempos de la evangelización
sirvió como requisito indispensable para que las familias descendientes de los
conquistadores españoles se asentaran
por estas tierras y hacerlas producir adquiriendo riqueza con el trabajo
gratuito de los naturales Huaminkas y Chincharas.
Sus aguas cristalinas que
bañan sus riveras en tiempo de verano son muy refrescantes y la turbulencia de
sus olas causa amenaza y terror. Estas características hacen que su nombre sea
poco olvidado por la población. Sus carrizales y bambús, rodeados por rocas y
forman pequeñas pozas naturales, atraen a millones de turistas convirtiéndolo
en uno de los destinos más visitados de la región. Pero no es un río normal,
pues su agua es salada y la mayor parte de su cauce fluye bajo el suelo. Quizás
por esta razón muchas personas no lo consideran un río; pero otras sí e incluso
dicen que está encantado. Los estruendos que emite el Citán en tiempos de
invierno nos advierte que nadie debe enfrentarlo, porque su furia puede hacer
perder la vida a más de un cristiano y hace que a lo lejos se escuche los sonidos inconfundibles que dan a conocer
la bravura de los espíritus que allí moran. En tiempo de verano su temperamento
cambia totalmente, la pasividad y tranquilidad con que discurren sus aguas,
forman una sinfónica con los sonidos de las aves y la corriente pasiva de sus aguas. Sin
embargo cuando ya la tarde se deja caer, es difícil que alguna persona se quede
recogiendo agua, cortando leña o buscando hierbas medicinales, porque cuentan
que en las hondonadas u holladas, donde crecen los temerosos higuerones sale la
cosa mala encantándote y llevándote a su guarida.
A través del tiempo se ha
trasmitido de manera oral una frase muy famosa y tradicional “si te
bañas en el Citan, quedarás prendado de Frías, incluso te quedarás y casarás…” Esta creencia se escucha no solo en Frías,
sino que la comentan en otros lugares, llegando a coincidir en algunos casos. Muchas
personas que han visitado nuestro distrito de Frías ido a aquel lugar, se han
bañado y con el tiempo se han sentido atraídos por la belleza de sus mujeres,
el encanto de sus paisajes, la delicia de sus comidas, su clima saludable y
gratificante. En la actualidad podemos comprobar que mucha gente ha emigrado
por estos hermosos parajes a trabajar, los cuales se enamoraron llegando a constituir una familia, podemos
encontrar varias familias provenientes de los lugares aledaños del distrito
como son Santo Domingo, Chalaco, Pacaipampa, Chulucanas entre otros lugares.
El
carro fantasma
Los viajes cansados y agotadores de
niños, mujeres y hombres eran interminables. Con la esperanza de conocer la
ciudad, en busca de un futuro mejor, se trasladaban conjuntamente con los
animales, en los pesados y lentos camiones “DOCHE”. El cansancio era inmenso de
aquel viajero, la fatiga era penetrante y aún más se incrementaba cada vez que
el chofer hacía su parada en algún restaurante de los caseríos, que ubicados al
filo de la trocha, se convertían en locales de fanfarrea y comelona. Los
carreros dueños amantes de más de un amor en cada lugar, hacían lo que se les
antojaba y los pasajeros estaban supeditados a lo que ellos querían.
En aquellos tiempos donde el centro
poblado de San Jorge era, sin lugar a duda, un pueblo endiosado por tener
preferencia por casi todos los viajeros, así como contar con la vía de acceso
más importante del distrito y porque en aquel lugar era obligación parar a
tomar desayuno, almorzar o merendar y a veces calmar la sed con alguna
cervecita. Allá por los años 80 por esa
antigua trocha carrozable que une Chulucanas con el centro poblado de San Jorge y el pueblo de Frías, fue testigo de un
extraño y asombroso acontecimiento. En las empinadas curvas del cerro “El
Tuno” lugar ubicado entre el caserío de Poclús y la quebrada que baja
de la Cría y Naranjo. Wilo , era uno más
de esos “carreros” que transitaban por esa antigua ruta y, era dueño de un camión color azul , el que era
conducido por Concepción Chumacero Ambulay, natural
de Quinchayo, caserío perteneciente al distrito de Santo Domingo.
Este señor contaba que cierto día se hizo muy tarde por fallas
mecánicas, justamente por estas sólidas curvas del Tuno, y que es conocido
por muchos por su difícil y empinado
acceso para subir en carro por la ruta. Aproximadamente llegando a la media
noche, entre la inmensidad de la penumbra, unas luces resplandecientes
alumbraban a lo lejos, al parecer eran de un carro que viajaba a toda prisa,
formando revoltosas nubes con el viento
frio y el polvo penetrante de la
arcillosa carretera, al parecer como si se tratará de un
fuerte remolino. Cuando de pronto
al acercarse a la segunda vuelta observaron la luz que bajaba, casi por lo alto de la carretera
y como esas curvas son muy cerradas casi no se puede dar pase a otro carro,
entonces el plantó prudentemente el vehículo que conducía para que la otra
movilidad que bajaba pasara sin ningún contratiempo. El asombro de los
pasajeros colmo por varios minutos, esperando ver quiénes eran. Los viajeros
esperaron pacientemente que pasara, de pronto solo se produjo una inmensa polvareda
dejando muy oscuro el lugar y no vieron carro alguno que bajaba, cuando se percataron
todos los que viajan en el vehículo de Concepción que el otro carro pasaba por
encima de ellos con las luces encendidas, como si se desbarrancara por aquellos
abismos pedregosos. Un frío inmenso se apodero de sus cuerpos, seguido de
olores nauseabundos sintiéndose mal los pasajeros los cuales apuraron al chofer y le pidieron
que salga inmediatamente del lugar, pero
por coincidencia el motor del carro se apagó y no encendía por más insistencia
del conductor, esperaron unas horas y el
carro encendió el motor, llegando a
Frías en la madrugada muy asustados. Los asustados pasajeros en el transcurso del viaje
a cada momento se encomendaban a sus santos devotos y a la divina providencia.
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