domingo, 24 de enero de 2016


La mujer de blanco

Las fantásticas y escalofriantes historias de las viudas, las mujeres de blanco, las  novias se escuchan en casi todo el mundo, la forma como han sido trasmitidas esas leyendas hacen pensar que pareciera verdad, incluso han sido llevadas hasta la televisión. El pueblo de Frías fue escenario de algo parecido, hace muchos años atrás, cuando el pueblo todavía se alumbraba con mechones, velas y petromax, debido a que la luz de la hidroeléctrica funcionaba de manera temporal. En las solitarias  y frías noches, cuando la neblina cubría parte de las calles del pueblo, las luciérnagas hacian delirar y temblar a cualquier parroquiano que cegado por algunas copas de licor, imaginaban el bulto negro que deja en su prender y apagar. Es el muerto dicen muy asustados. En una de esas incontables noches varias personas pregonaban haber visto aparecer a una mujer vestida de blanco, con la mirada hacia el suelo, pelo largo y que empezaba a recorrer parte del pueblo. Decían que  la encontraban parada en la puerta de lo que hoy es el templo “San Andrés”, de pronto se elevaba como si estuviera volando y recorría la plazuela siguiendo su trayecto hacia las instalaciones del viejo palacio municipal, que en ese tiempo se denominaba cabildo y que estaba construido de madera, adobe y algunas partes de concreto y que sirvió a la hacienda como lugar para ubicar el cepo y poder castigar a los peones que no aportaban a los terratenientes.

Son muchas versiones que se han transmitido sobre aquel insólito suceso. Cuentan que en una ocasión  un empleado, que en aquellos tiempos cuidaba el longevo local del municipio, antiguamente el cabildo, junto con su hijo en una noche solitaria escuchó  pasos muy fuertes y bien marcados que recorrían el piso de madera. Los asustados vigilantes, pensando que eran ladrones, con mucho temor se arrimaron en una de las paredes de madera. Disimuladamente alcanzaron a ver que una mujer que recorría los pasadizos yendo y viniendo y de pronto desaparecía. Las mentes de los infortunados guardianes yacían en un manto de temor y hacía que su cuerpo se les pusiera como piel de gallina. Ellos muy asustados corrieron donde sus familiares a contar lo sucedido.

En otra oportunidad, cuentan que un ex alcalde, ya encomendado en la gloria del  Señor,  al promediar las seis de la tarde, la neblina no dejaba ver más allá de nuestra nariz y el frío inmenso invitaba a cobijarse más, cuando ya culminaba su ardua labor despidió a su secretaria de cabecera y pidió que dejara cerrando que ya regresaría, entonces saliendo de la puerta pasando por el antiguo puente que unía con la plaza vio pasar una señora cabeza baja,  él la saludó pero se extrañó al ver que la mujer ni siquiera  le contestó, regreso a mirarla y vio que ella se dirigía a la oficina donde atendía la secretaria. Él se regresó para averiguar quién era preguntándole a la secretaria donde estaba la mujer ,la cual le contesto que ella no había visto entrar a nadie, el jefe edil le replicó que clarito había visto entrar a una mujer, resaltando que él no estaba loco ni borracho.

Así varias personas se han encontrado con misteriosos casos. En las sólidas noches la gente recuerda aquellos relatos y caminan con mucho cuidado acompañados, otros no se emborrachan y van a su casa antes de la media noche.

Noche de terror

Las historias de terror que  escuchaba  en mi niñez y parte de mi juventud, eran muy fascinantes y escalofriantes. En las conversaciones familiares nocturnas, eran infaltables. ¡Fijate! …Dicen que por las noches sale el muerto, también sale  la cosa mala y el duende ensombrerado… Al escuchar los primeros relatos se nos venían a nuestra imaginación y recreábamos a aquellos personajes alucinándolos de manera fantasmagórica. Nosotros cada vez más no pegábamos a nuestro padre, madre o hermano mayor, evitando mirar hacia la oscuridad que nos rodeaba.  El relato transcurría, nuestra cabeza cada vez iba pesando más y más; nosotros muy concentrados no desprendíamos la mirada del relator y cada vez alucinábamos más. Estas historias se  repetían de manera muy frecuente antes o después de la merienda, porque esa era la manera de mantenernos entretenidos y educarnos tradicionalmente, formarnos en valores y ser precavidos en la vida. Al término de las narraciones, nadie quería moverse a su cuarto a descansar, todos los menores querían que no los dejen solos, porque a su mente volvía los recuerdos sintiendo temor irreversible.
Un gran amigo me conto una de esas historias alucinantes que he tratado de recrear a través de esta líneas. En el pueblo  de Frías, en  tiempos cuando la luz de la hidroeléctrica de El Común alumbraba temporalmente solo cuando había lluvias de invierno, sucedió algo muy alucinante y fantasioso. Una noche como todas cuando solo alumbraban algunos mechones de las casitas de barro con techo de teja. Allá cuando el frío hacía tiritar a más de un parroquiano, que con su poncho de lana y su botella de cañazo se cobijaba en alguna esquina o rincón de las calles solitarias. La luz de las luciérnagas se notaba a penas en la negra noche que era envuelta por el manto de páramo que la hacía más terrorífica. En el pueblo solo se escuchaba algunos yaravíes y carcajadas a lo lejos de alguna cantina refundida.

A estas horas los pretendientes aprovechaban para visitar y conversar con su amada. Los jóvenes enamorados con tal de ver de manera ilícita o formal buscaban la forma de encontrarse con su amada,  logrando pasar muchos obstáculos y dejando de lado los recuerdos de miedo de su  niñez. Miguel, un joven enamorado tuvo que pasar el mayor susto de su vida que casi lo lleva a la locura. Después de haber compartido algunas copas de licor con sus amigos, se da cita a ver a su enamorada afuera de su casa. Junto a ella, pasó un grato momento, al parecer el dialogo se convertía más ameno ya que estaba sazonado por algunas copas de licor y las palabras de galanteo  se mezclaban junto al sonido de las gotas que caían del techo de teja se su casa. Ya cerca de las doce de la noche, el afortunado tuvo que retirarse por la calle desolada de siempre. Prendió la linterna y se despidió de su amada. En ese instante volvió a la realidad y a su instinto llegó un silbido muy fino penetrándole la cien. Volvieron a su mente esos recuerdos de las más alucinantes historias de terror que sus familiares y sus compañeros le platicaban  en largas conversaciones. El empezó a caminar por la bajada de la empedrada calle junto a los pircos que servían de vereda a las viejas casonas del pueblo. Conforme avanzaba los recuerdos se les hacían más pesados. El frío penetrante y la neblina tiritaban su delgado cuerpo. En la oscuridad de la noche solo se escuchaba el canto leve de los grillos, los aullidos lejanos de los perros callejeros y las pequeñas gotas que escurrían del techo de teja de las casuchas. Unas risas de niños que jugaban interrumpieron la luz de la linterna que alumbraba el empedrado y por querer investigar que sucedía la luz del foco se apagó y  ante tanta insistencia por hacerla funcionar la luz no respondía, intentando cada vez más nervioso prenderla. El pavor se apoderó más y más de Miguel que después de tanto intento la luz de la linterna prendió siguiendo su rumbo a la casa donde se encontraba de pensión. El camino parecía interminable, parece que había sido trasladado a otra dimensión. Después de algunos metros de caminata, Miguel de reojo alcanza a ver una sombra que hacía juego con la luz de la linterna, logró ver la forma de un niño y que cada vez se hacía más grande. Sin hacer caso a lo que sucedía sigue su camino dando pasos más largos y caminando cada vez más rápido; él sentía que lo seguían con ganas de enfrentarlo y él no miraba atrás.
A tanta insistencia y desesperadamente alcanza a alumbrar y ve que eran dos pequeñitos ensombrerados. Eran duendes, de los que tanto en su niñez le había hablado y que causaban mucha admiración y curiosidad. Como sabemos los duendes son espíritus de la naturaleza y son muy traviesos y les llama más la atención estar en contacto con los humanos, es por eso que se acercan más a nosotros y hay más experiencias y a través del tiempo se han convertido en fantásticas leyendas. Ellos suelen visitar nuestras casas, y si la energía de nuestros hogares les parece cómoda, podrían quedarse con nosotros. Los espíritus de la naturaleza y los seres del plano en el que habitan ellos se alimentan de la energía que emana los sentimientos de las personas, por lo que si en tu hogar hay malos sentimientos o pensamientos, atraerás seres que se sienten cómodos con esa energía, y pueden ser duendes que hacen travesuras bastante desagradables.

Miguel alcanzó a alumbrar y vio que tenían cara de adulto, su tez bastante arrugados, sus brazos y manos muy gruesas y aparentando semblante de querer llamar la atención de los parroquianos que deambulaban por las oscuras calles. Miguel instintivamente corrió desesperadamente dejando tirando la linterna y todo atrás. Tocó rápidamente la puerta de la pensión donde habitaba, los dueños abrieron  encontrando a Miguel pálido y botando espuma por la boca. Miguel deliraba y hablaba incoherencias queriendo contar lo sucedido. Los dueños rápidamente corrieron a traer agua bendita, agua de azahares y otros remedios para darle de beber. Miguel no respondía, solo seguía emitiendo sonidos no entendibles. Al poco rato el joven muchacho volvió en sí. Llegando a contar lo sucedido. Posteriormente Miguel solo iba a ver a su enamorada más temprano y regresaba antes de las horas pesadas. Esta historia es una de las tantas que han pasado en Frías, pueblo mágico y lleno de muchas historias y leyendas ancestrales y populares.

 

Leyenda del Conde de Frías

Los chinchacharas, Huamingas y Tujes, fueron etnias que antecedieron al pueblo friano; cada uno de ellos con características particulares; los primeros eran solidarios, colaborativos y muy pasivos, aferrados a la madre naturaleza y se dedicaban a la crianza de venados, auquénidos y otros animales silvestres, los cuales habían domesticado y cuidaban con tanto esmero; los Huamingas, sin embargo era un grupo cultural diestro en el dominio de armas y con temple de luchadores y expansionistas por excelencia, los mismos que tenían, como jefe a un gran curaca o Huaminja. Ellos vivían en armonía con su ambiente natural, ellos consideraban a la mamapacha como su protectora y al sol como su dios supremo.  Cada etnia vivía en su hábitat, cuyo territorio  era muy fructuoso y productivo, además contaba con un envidiable clima y paisajes exuberantes; ellos, eran dueño de muchas tierras, grandes riachuelos, enormes citanes y cascadas.

La fuerza del conquista española, se evidenció con las reducciones y evangelización de pueblos indígenas  serranos y yungas de Piura; habían tomado mucho auge la expansión; la participación de los corregidores y curas evangelizadores fue crucial. La creación de curatos, capillas y cofradías, fue la estrategia empleada para poder catolizar a los naturales; este fue el contexto para ir introduciendo la fervorosidad católica a través de los santos correlones, las vírgenes bondadosas, los “patroncitos” del pueblo. Las reducciones toledanas empezó con mayor auge en Piura a partir del año 1572, las mismas que habían tomado tal notoriedad, ya que los indios se resistían a abandonar sus huancas y cerros sagrados; ellos querían vivir junto a sus dioses el sol, la luna o quilla, las lagunas, las aves silvestres y sus casas hechas de barro, quincha y paja. Por aquellos tiempos hicieron su primera aparición los curas evangelizadores jesuitas, mercedarios y franciscanos.

Cuando los clanes Huamingas, Chincharas y otros de la parte baja de Serrán, habían sido reducidos, se les impuso a su santo patrón San Andrés, que al principio fue una estatuilla de mármol, y que después los nativos le hicieron un templo cerca de un ciénego y que posteriormente lo idolatraban con mucho fervor y algarabía, convirtiéndose en una de las fiestas patronales más importantes de la serranía piurana, incluso con paseo y sacrificio de cóndores, que cazaban en las alturas de la meseta andina.

En este contexto se ubica la leyenda de un gran personaje, que por problemas de salud tuvo que trasladarse al pueblo de San Andrés, pueblito que por disposición de las leyes toledanas los encomenderos tuvieron que conformar, a partir de clanes que se encontraban esparcidos y viviendo cerca de sus huacas y de la naturaleza, para poder curarse de una rara enfermedad. Según cuentan, que este personaje era un Conde muy adinerado, como se sabe que es un título nobiliario con el cual los monarcas o sus representantes dan su gratitud a algunas personas por su valentía. Para los godos españoles era alguien digno al cual le daban la confianza de guardar tesoros, palatino, etc. Militarmente su categoría era inferior a la de duque. El trato que reciben los nombrados con título de Conde, es el de Excelentísimo. A partir del siglo XIX quedo reducido a título puramente honorífico.

Según la leyenda, es poco lo que se conoce sobre este Conde;  no se sabe cuál era su nombre, como era físicamente, si tenía o no familia, cuál era su edad; solo se conoce que era de origen hispano, de un lugar llamado Frías, posiblemente de Albarracín, en España, y que por cuestiones del destino llegó a buscar fortuna en tierras peruanas y estando en Piura adquirió una enfermedad muy rara, algunos dicen que era tuberculosis. Sus médicos de cabecera le recomendaron un clima favorable para que pueda curarse.  Dicen que  durante la estadía en el pueblo y mientras se curaba, este hombre fue bastante misericordioso, generoso y benefactor con los pobladores. Empezó a organizar y ayudar a los indígenas, les ayudaba a diseñar la construcción de sus casas, como labrar y cultivar la tierra, como curar y criar sus animales, así como enseñarles algunos oficios, además les ayudaba económicamente y los defendía cuando sus derechos como arrendatarios les eran mancillados. Este personaje se ganó el respeto de todo el pueblo de San Andrés.

El Conde de Frías paralelamente a su labor benéfica realizaba su tratamiento médico con medicina científica y tradicional, en aquel pueblo. Cuentan que a pesar del tratamiento,  su mal, no tuvo mejoría; se dice que se consumió y decayó mucho y después de varios años de padecimiento murió. La tradición que se ha mantenido nos dice que este personaje compartía sus riquezas con ellos, incluso al momento de morir repartió su herencia y bienes entre los pobladores de San Andrés.

Los moradores sintieron mucho la muerte del Conde de Frías, ya que este personaje había sido bueno y caritativo con este pueblo. Los caciques y demás pobladores de manera mancomunada decidieron agregar Frías, al nombre actual, en agradecimiento a la generosidad del conde Español. Es decir que el pueblo pasó a llamarse, San Andrés de Frías, y es así como empiezan a regístralo en las diferentes crónicas y documentos coloniales, a partir de 1550 aproximadamente.

La leyenda de las propiedades curativas del pueblo de San Andrés de Frías, se seguía expandiendo desde muchos años atrás, siempre ha sido considerado como un pueblo mágico, religioso, curativo y muy atractivo para visitarlo debido a su ambiente y clima sano para curar diversos males. Es así que en el año de 1834, Teodoro de los Santos Fernández de Paredes y Noriega Carrión Gelder, hijo de Don Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega, último Marqués de Salinas, tuvo que trasladarse a este pueblo para tratar de curarse  de problemas pulmonares y de alcoholismo. Después de muchos esfuerzos por mejorar la salud del hijo del Márquez, no se pudo lograrlo, debido a que  estaba en la fase terminal y había  llegado demasiado tarde. Su padre, el Marqués,  después de su muerte tuvo tal desconsuelo por la pérdida de su único hijo, dicta la tradición, lo llevó a construir el cementerio que aún hoy conserva la ciudad de Piura, el cual, fue levantado para honrar la memoria y ganar el cielo para el joven Teodoro.

 La leyenda del Conde de Frías, se ha y trasmitido de generación en generación; son casi nulos los  vestigios y referencias bibliográficas que se han podido encontrar sobre este personaje. Son solo narraciones que en los últimos años han sido escritas en algunos archivos, pero no consideran otros datos con fundamento histórico y referencias bibliográficas. Se ha mantenido la leyenda de este gran Conde, a través de la oralidad y que en el tiempo siempre será recordado, no como un invasor español, sino un benefactor del pueblo de San Andrés.

La leyenda de la Shingaya

Lo que voy a narrar me lo conto un amigo, que casi le ha pasado de todo. No se si será verdad o mentira, lo cierto es que concuerda con esas tantas historias que la gente del alto Piura cuenta; esos relatos sobre duendes, fantasmas, muertos, el diablo, entre otros seres inimaginables, que parece ser cierto. Me causó total asombro escuchar por primera vez a mi compañero de trabajo decir: - Has escuchado hablar de la shingaya- Le dije que no. -¡Ah entonces no sabes nada me dijo!- Te voy a contar lo que me sucedió en Huarmaca cuando yo trabajaba con mi mujer en Hualapampa, un caserío cercano a la ciudad.

Un día con mis amigos me reuní, como de costumbre en Huarmaca, aprovechando el tiempo disponemos de tomarnos un trago para matar el tiempo y conversar algunas anécdotas de nuestra juventud y niñez. Entre copas y más compas  no me había dado cuenta que la noche estaba naciendo. Ya era tarde, las aves nocturnas empezaban a delirar y asustar a la vez con su cantar melancólico. La gente del pueblo se recogía aceleradamente a sus moradas, parece que sus instintos les avisaban que algo raro y terrorífico iba a suceder. A mi mente yacía el recuerdo de las historias de terror que por los alrededores de Huarmaca narraban, se me hacía un mundo pensar que por aquellos sitios alejados de la ciudad asustaban y era incrédulo a tan fascinantes narraciones. Mi esposa, era docente del caserío de Hualapampa y estaba muy lejos del lugar donde yo vivía, ella había viajado a la ciudad de Piura por tema de salud junto a mi hija. Yo tenía que retirarme a mi domicilio que quedaba a media hora del pueblo de Huarmaca. Entre seguro y desconfiado me encontraba, ya que tenía una vieja moto para trasladarme de manera rápida  a mi lugar y en mí, pensaba que llegaría rápido a mi destino. Nuevamente vino a mi memoria los discursos de aquellos ancianos que había conocido en alguna de mis fanfarreas  realizadas por aniversario de la escuela, tenga cuidado con la shilcaya, le sale a las personas que se meten con los familiares cercanos. Yo seguro que nada me pasaría seguí consumiendo el poco tiempo que me quedaba para partir con mis amigos y consumiendo algunas copas de licor.

La gente que me rodeaba animaba la poca fuerza y valor que me quedaba, pero después de otras copas me arme de valor, para seguir con mi camino. Era momento propicio para partir a mi hogar. Algo extraño sucedía, la vieja moto parecía que se había empeñado en que me haga más de la hora. La primera patada de arranque que le di, casi arranca mis huesos de la canilla derecha. Hice mucho esfuerzo y el motor parecía que se había confabulado con algún hechizo nocturno. La moto no prendía, al parecer no quería que me vaya a mi casa. Después de mucho tiempo de insistencia la moto arrancó, pero se apagó nuevamente. Creo que algo me avisaba y no lo quería aceptar. En ese rato volvieron a mis recuerdos las historias que me habían contado mis amigos y familiares. Armándome de valor le di una sorprendente patada y la moto arranco en un instante; sin despedirme de mis amigos salí muy rápido, camino a casa de un amigo para pedir posada y descansar y así viajar en la madrugada.

Cerca de las dos de la mañana y con los estragos del alcohol, emprendí mi viaje al caserío de Hualapampa. Ya en el camino a mi mente nuevamente se volcaban los recuerdos fantasiosos de la Shilcaya y otros duendes malévolos. La neblina densa hacía contraste con el oscuro manto  de la noche; por coincidencia ningún viajero pasaba por aquella carretera. La oscuridad había penetrado hasta en lo más profundo de mí ser, solo se veía a un metro de mi nariz, ya que la luz de la moto tampoco ayudaba en nada y tenía que manejar lentamente y evitar desbarrancarme en alguna de esas curvas peligrosas que por Huarmaca existen. Ya eran casi las tres de la madrugada, en una curva peligrosa, cerca de un enorme higuerón, al costado de ……..,la luz de la moto reflejó a lo lejos la luz de dos ojos muy rojos que se iban acercando más y más, yo pensé que de repente era un perro vagabundo u otro animal nocturno. El miedo empezó a filtrarse en mí, mi cabeza la sentía pesada haciendo que las ideas y pensamientos se junte y consuman en un solo en el ser del cual me habían contado. Era ella, la Shilcaya, aquel ser maligno que toma la forma de un animal y a veces se aparece con cuerpo de perro y cabeza de mujer conocida y se les aparece aquellas personas que conviven con algún familiar y que en otros lugares de la serranía piurana le llaman cawishos o diablos. Por los nervios la moto se apagó. El silenció invadió mi ser;  solo alumbraba el reflejo de sus ojos y su cuerpo era como un perro sin rabo de color tierra. Allí estaba babeando y sus ojos no dejaban de brillar cada vez más, se acercaba más y más  e iba tomando el tamaño y la apariencia de una vaca. Yo casi había perdido el conocimiento y todo tipo de control. Ese ser escalofriante y terrorífico empezó a dar gritos extraños, parecidos a los que dan los animales de la selva, sus gritos era como una mescla de dos animales. Fue tan grande mi pavor que me orine en el pantalón; yo sentía que mi cuerpo ya no resistía más, quería gritar, pero no podía, miraba a los alrededores y solo era penumbra y soledad. Estaba cerca de convertirme en uno de ellos y que me lleve a su guarida y posea mi espíritu y alma. Como se sabe, según la leyenda, a las personas que se les aparece la shilcaya, los consume y logra convertirlos en uno de esos seres terroríficos.  No sé de donde me salió fuerzas para acordarme de Dios, pensé en Jesucristo y eleve una oración; tome mucha fuerza y le di arranque a mi vieja motocicleta; por obra del señor prendió rápidamente y salí de aquel lugar. Mis manos frías y “engarrotadas” trataban de dar vuelta al acelerador y dar marcha aceleradamente. La moto se había enfriado y el sonido era Toc,toc,toc,… como que si la gasolina no subía al carburador. Mi experiencia como chofer motorizado hizo poner en práctica mi habilidad de conductor de mucho tiempo y aceleré totalmente, haciendo que el vehículo corra rápidamente. Apurado manejaba, que no volvía a mirar hacia atrás, solo miraba de reojo el reflejo del espejo retrovisor. Grande fue mi sorpresa al ver que mis ojos estaban muy rojos, parecía que brotaba sangre. Me encantó ese ser, fue lo que primero pensé y nuevamente el miedo quería apoderase de mí. Mi cabeza imaginaba muchas tonterías, recreaba caras de muchas personas extrañas, seres inimaginables, caras de payasos. Me encontraba aturdido, pero seguía manejando. Ya alejado muchos metros del lugar fui recobrando la noción y los estragos del licor habían desaparecido por completo. Volví a la normalidad y me di cuenta que me había hecho en mi pantalón, había sido muy grande el susto. Al poco rato con el miedo mermado llegué a mi destino.

No sé qué fue lo que salvó mi  vida, fue mi valor, las animas benditas que en el camino había o fue la ayuda de Dios, que hizo que me acercara más a él. Lo importante fue que el ser humano tiene una infinidad de poder interno que de alguna manera los exterioriza en los momentos difíciles. Seamos crédulos del señor y enmendemos nuestros errores. Hagamos el bien y profesemos que lo bueno y lo malo existe.

 .

Adaptada por Profesor. José C. Sánchez Troncos.

El citan encantado

Las creencias y supersticiones que tiene la gente  de los pueblos serranos de Piura, forman parte de su cultura y que vienen arraigando desde  tiempos atrás. La creencia en las huacas, lagunas, citanes y lugares encantados, le dan una forma tan real que coincide con muchas cosas y que hacen creer a más de una persona. Frías es un pueblo con expresiones culturales muy propias y que tiene mucho que contar.

A un costado del tradicional pueblo de Frías, a pocos minutos de camino, se encuentra un hermoso río nombrado por muchos como “El Citan Encantado”. Sobre aquel lugar se han contado y trasmitido muchos relatos e historias que hasta hoy causan mucho asombro. Aquel lugar está rodeado de frondosos higuerones, guayaquiles, carrizos y diversas hierbas curativas. Sus aguas son cristalinas en tiempo de verano y muy turbulentas en épocas de invierno, pero en si encierra un encantador misterio. Este lugar que en tiempos de la evangelización sirvió como requisito indispensable para que las familias descendientes de los conquistadores españoles se asentaran  por estas tierras y hacerlas producir adquiriendo riqueza con el trabajo gratuito de los naturales Huaminkas y Chincharas.

Sus aguas cristalinas que bañan sus riveras en tiempo de verano son muy refrescantes y la turbulencia de sus olas causa amenaza y terror. Estas características hacen que su nombre sea poco olvidado por la población. Sus carrizales y bambús, rodeados por rocas y forman pequeñas pozas naturales, atraen a millones de turistas convirtiéndolo en uno de los destinos más visitados de la región. Pero no es un río normal, pues su agua es salada y la mayor parte de su cauce fluye bajo el suelo. Quizás por esta razón muchas personas no lo consideran un río; pero otras sí e incluso dicen que está encantado. Los estruendos que emite el Citán en tiempos de invierno nos advierte que nadie debe enfrentarlo, porque su furia puede hacer perder la vida a más de un cristiano y hace que a lo lejos se escuche  los sonidos inconfundibles que dan a conocer la bravura de los espíritus que allí moran. En tiempo de verano su temperamento cambia totalmente, la pasividad y tranquilidad con que discurren sus aguas, forman una sinfónica con los sonidos de las aves  y la corriente pasiva de sus aguas. Sin embargo cuando ya la tarde se deja caer, es difícil que alguna persona se quede recogiendo agua, cortando leña o buscando hierbas medicinales, porque cuentan que en las hondonadas u holladas, donde crecen los temerosos higuerones sale la cosa mala encantándote y llevándote a su guarida.

A través del tiempo se ha trasmitido de manera oral una frase muy famosa y tradicional “si te bañas en el Citan, quedarás prendado de Frías, incluso te quedarás y casarás…  Esta creencia se escucha no solo en Frías, sino que la comentan en otros lugares, llegando a coincidir en algunos casos. Muchas personas que han visitado nuestro distrito de Frías ido a aquel lugar, se han bañado y con el tiempo se han sentido atraídos por la belleza de sus mujeres, el encanto de sus paisajes, la delicia de sus comidas, su clima saludable y gratificante. En la actualidad podemos comprobar que mucha gente ha emigrado por estos hermosos parajes a trabajar, los cuales se enamoraron  llegando a constituir una familia, podemos encontrar varias familias provenientes de los lugares aledaños del distrito como son Santo Domingo, Chalaco, Pacaipampa, Chulucanas entre otros lugares.

El carro fantasma

Los viajes cansados y agotadores de niños, mujeres y hombres eran interminables. Con la esperanza de conocer la ciudad, en busca de un futuro mejor, se trasladaban conjuntamente con los animales, en los pesados y lentos camiones “DOCHE”. El cansancio era inmenso de aquel viajero, la fatiga era penetrante y aún más se incrementaba cada vez que el chofer hacía su parada en algún restaurante de los caseríos, que ubicados al filo de la trocha, se convertían en locales de fanfarrea y comelona. Los carreros dueños amantes de más de un amor en cada lugar, hacían lo que se les antojaba y los pasajeros estaban supeditados a lo que ellos querían.

En aquellos tiempos donde el centro poblado de San Jorge era, sin lugar a duda, un pueblo endiosado por tener preferencia por casi todos los viajeros, así como contar con la vía de acceso más importante del distrito y porque en aquel lugar era obligación parar a tomar desayuno, almorzar o merendar y a veces calmar la sed con alguna cervecita. Allá por los años 80  por esa antigua trocha carrozable que une Chulucanas  con el centro poblado de  San Jorge  y el pueblo de Frías, fue testigo de un extraño y asombroso acontecimiento. En las empinadas curvas del cerro “El Tuno” lugar ubicado entre el caserío de Poclús y la quebrada que baja de la Cría y Naranjo. Wilo , era uno  más de esos “carreros” que transitaban por esa  antigua ruta y, era dueño de  un camión  color azul , el que  era  conducido por Concepción Chumacero Ambulay, natural de Quinchayo,  caserío  perteneciente al distrito de  Santo Domingo.

Este señor contaba que  cierto día se hizo muy tarde por fallas mecánicas, justamente por estas sólidas curvas del Tuno, y que es conocido por muchos por  su difícil y empinado acceso para subir en carro por la ruta. Aproximadamente llegando a la media noche, entre la inmensidad de la penumbra, unas luces resplandecientes alumbraban a lo lejos, al parecer eran de un carro que viajaba a toda prisa, formando revoltosas nubes  con  el  viento frio y el polvo  penetrante de la arcillosa carretera, al parecer como si se tratará de  un  fuerte remolino.  Cuando de pronto al acercarse a la segunda vuelta observaron la luz  que bajaba, casi por lo alto de la carretera y como esas curvas son muy cerradas casi no se puede dar pase a otro carro, entonces el plantó prudentemente el vehículo que conducía para que la otra movilidad que bajaba pasara sin ningún contratiempo. El asombro de los pasajeros colmo por varios minutos, esperando ver quiénes eran. Los viajeros esperaron pacientemente que pasara, de pronto solo se produjo una inmensa polvareda dejando muy oscuro el lugar y no vieron  carro alguno que bajaba, cuando se percataron todos los que viajan en el vehículo de Concepción que el otro carro pasaba por encima de ellos con las luces encendidas, como si se desbarrancara por aquellos abismos pedregosos. Un frío inmenso se apodero de sus cuerpos, seguido de olores nauseabundos sintiéndose mal los pasajeros  los cuales apuraron al chofer y le pidieron que salga  inmediatamente del lugar, pero por coincidencia el motor del carro se apagó y no encendía por más insistencia del conductor,  esperaron unas horas y el carro encendió  el motor, llegando a Frías en la madrugada muy asustados. Los  asustados pasajeros en el transcurso del viaje a cada momento se encomendaban a sus santos devotos y a la divina providencia.