domingo, 24 de enero de 2016


Duelo de Guapos

La fiesta patronal  de San Andrés  de Frías estaba muy amena. La rustica capilla de adobe con techo de teja, era lugar propicio para la veneración del santo patroncito. Los gobernadores,  que previamente habían paseado por las principales calles al compás de la banda  “San Andrés de Frías”, repartían  conserva hecha de yuca, camote, zambumba y ocas.  A un costado del templo otros devotos repartían a todo los fieles el espumante y delicioso “churrusco” de “guarapo”, jugo de la caña hervido en paila y macerado en calabazo o tinaja de barro.  La gente   venida de muchos lugares  lucía sus mejores trajes paseando por las principales y empedradas  calles, esas que hacen transportarnos al recuerdo de los caminos incaicos, aquellas que hay que caminar con mucho cuidado para no resbalarse en tiempo de lluvia. Esos pasajes adornados a los costados con enormes típicos faroles y mechones para alumbrase en las frías noches de plenilunio. Los  campesinos paseaban mirando y gustando  la mercadería traída por los comerciantes venidos de la costa, así como ofertando alguna cosa para poder comprar y llevar algo a la casa. Los trajes típicos diferenciaba la procedencia de los lugareños. El varón con sus  ponchos blancos hasta la altura del abdomen hacían notar que provenían de la tierra de los zarcos y colorados.  _ ¡Ahí están los de Geraldeños, tierra de los “Cawishos” o “minshulays”, como los del pueblo los llaman a los pobladores que se comprometen entre primos cercanos, para que no “dañen” la raza como dicen ellos, tampoco permiten que se comprometan con alguno de esos que les llaman “naturales”o “doños”. Los “serranos” de los altos lucían sus multicolores ponchos hechos de lana de oveja y que hacen juego con las vistosas alforjas adornadas con singulares figuras marcadas. Ahí estaban ellos mezclados los de Parihuanas, Culcas y los “doños” de Pampa Grande, Arrayan y Misquiz. Se formaba un gran espectáculo, los cholos paseaban con sus hermosas mulas y caballos de paso, bien aperados haciendo notar los  finos adornos hechos con monedas de plata castilla  que marchan al compás de los pinchazos de las espuelas. Las mujeres hacían gala de sus atuendos y vestidas con trajes muy vistosos de colores fosforescentes y matizados con encajes, escondían bajo el sombrero de palma, sus variados ganchos y peinetas. Por otra parte, la gente mestiza de las altas elites, dueñas de grandes cantidades de ganado y tierras descendientes de familias españolas venidas desde Piura, Ecuador y Cajamarca fulguraban sus finos atuendos; los varones con su pantalón de dril bien almidonado, sus finas botas de cuero, camisa adornada con gemelos de plata y su sombrero de palma; junto a ellos sus elegantes damas vestidas  con preciosos vestidos y su pañuelón que cubrían parte de su rostro. Ahí estaban todos ellos admirando el gran espectáculo, las cintas multicolores adornaban parte del enorme cuerpo a los cóndores traídos desde las alturas; niños, jóvenes y adultos temerosos no se acercaban mucho por temor a ser picados por estas majestuosas aves. Los feligreses seguían en procesión a los trofeos alados que caminaban atrevidamente por las principales calles junto a la banda de músicos.

En el corralón del pueblo, las aves finas cruzadas con raza mejorada,  se alistaban para pelear; los calzadores ya listos con sus estuches de espuelas de hueso y de metal desinfectan con alcohol o cañazo, mientras que a un costado los encargados de recoger las apuestas depositan la plata en su poncho o sobrero. Antes del inicio de la primera pelea se escuchan las pitadas de algún “macho” campesino que desde la tribuna se arma de valor para avivar a su ave preferida. ¡Voy al ajiseco, voy al geraldeño, 50 pago por el culqueño¡ y así se inicia las cotejas y tapadas.

Los paseos de los diablícos venidos desde Pampa Grande habían divertido a más de un centenar de niños y mujeres, su trajes multicolores y sus graciosas mascaras  avanzaban al mando del diablo viejo que con “chicote” en mano dominaba a los diablos menores; sus cascabeles y sonidos que hacían con los pies se entreveraban con el sonido de la guitarra y violín. En las esquinas de la plaza y locales populares disfrutan de una marinera y sanjuanito a ritmo de pika, tocadisco o emisora. Las fieles compañeras esperaran a sus esposos hasta el término del día que “chumaditos” abrazaran a sus esposas que los conduciran hasta su morada y en otros casos esperaran hasta que duerman su borrachera junto al camino y poder continuar a su domicilio.

En las afueras del pueblo, las hermosas y verdes invernas  servían de escenario para un gran acontecimiento, los dueños afilaban los cuernos de sus cuadrúpedos mientras que los careadores  con asta en mano estaban atentos a como se dará la contienda entre los hermosos y robustos toros  traídos desde Parihuanás y Culcas que se enfrentaran con los cuadrúpedos traídos  desde Chalaco, Santo Domingo y Paltashaco. Las peleas iniciaban con los enormes estruendos de los golpes de las cabezas de los toros, que se mezclaban con los fuertes camaretazos que avivan la festividad. La gente  aficionada muy emocionada lanzaba gritos de algarabía, muchas veces haciendo entran en temor a los furiosos y fortachones contrincantes. Los gritos de los sudorosos asistentes se confundían con las pitadas que lanzaban los  robustos vacunos. Las apuestas entre los aficionados corrían aparte de manera descomunal.

Las diversas actividades habían hecho que la gente; hombres, mujeres y niños se llenen de goce y felicidad. Los campesinos extasiados de dirigían a seguir gozando de la feria patronal, a degustar la comida típica y otros a bailar un sanjuanito o marinera. La gente deambulaba por las tradicionales calles de la ciudad apreciando la festividad.

Ñiiii…ja, fue el grito de alerta que interrumpió la algarabía de los asiduos. Era uno de los hombres proveniente de las pampas de Parihuanás que retaba a cualquier “guapo” en medio de la empedrada y resbalosa calle. En estado de ebriedad retaba constantemente y repetía la misma frase de duelo. Con su poncho arrastrado imitando al pavo o musho cuando está listo para enfrentar a su rival, con sus alas  estiradas y como si fueran dos escudos  gira dando vueltas simulando ser toro en trapiche. El reflejo de la chaveta a lo lejos opacaba la visión de algunos curiosos que disimuladamente se acercaban a esperar el reto, mientras otros en círculo libaban un aguardiente santeño, en cacho de toro o vaso hecho de carrizo o bambú y fumando su cigarro de “guaña”.

Ñiii… ja, nuevamente se escuchó a lo lejos, esta vez con más furia, como imitando a los toros cuando están listos para pelear. Este hombre de estatura mediana, con  patillas largas y bigote tipo mexicano, con músculos muy fuertes debido al trajín diario de las diversas faenas agrícolas. ¡Soy Montalban, de los varones carajo! y pitaba como un toro ¡Ñiii…ja! La gente que lo observaba seguía sorprendida al ver con que furia retaba a algún contendiente.

Desde una esquina, se escuchó el eco fuerte de la respuesta al duelo. ¡Es otro guapo, miamo!  Se murmuró entre la multitud. ¡Va correr sangre cumpita! La gente muy atenta desvió sus miradas hacia el contrincante que le hacía frente al fuerte guapo. Aquellos hombres, herederos de los grandes peleadores que en tiempo de la hacienda se preparaban con anterioridad para dar gran espectáculo a sus patrones. Esos cholos bien  recios que tenían gran dominio de la chaveta, asta y espada y que sabían muy bien utilizar a su fiel compañero, el poncho. Hombres de gran habilidad y resistencia para los duelos. Cuentan que  en tiempos de los terratenientes ,estos cholos como se les dice, congregaban a una gran multitud para exhibir sus proezas y habilidades con las armas blancas; dicen que calentaban  el cuerpo antes de pelear  tomando grandes tragos de aguardiente y ellos solo peleaban, no para matarse, sino para dar espectáculo, ellos daban grandes palmazos con sus filudas espadas y peleaban hasta que alguno de ellos quedaba soñado y cuando recuperaba la razón celebraban el triunfo o derrota tomando un primera  o cañacito. Estas pelean se repetían en cada una de las fiestas y corrían muchas apuestas, así como las pelea de gallos y toros.

El  reto estremeció y enmudeció a toda la gente, cuando rápidamente Ovidio Córdova estaba en frente del malo de Parihuanás, cuya fuerza y habilidad había heredado se sus descendientes de Changra, caserío perteneciente a Pacaipampa ubicado entre los linderos de Frías, allá en la Meseta Andina. Córdova no se quedaba atrás también provenía de padre que había estado varias veces en la correccional  de Ayabaca por a ver matado sin porqué alguno a muchos contrincantes y que este lugar era familiar para él. La gente que observaba detenidamente lanzaba los vivas y al mismo tiempo dando enormes tragos de licor y fumando un cigarro inca o hecho por ellos mismos con tabaco secado al sol. Allí estaban frente a frente con poncho envuelto en la mano izquierda y chaveta  sujetada con la cabrestilla en la mano derecha. Ñiiiii…jaaa se escuchó al unísono y empezó la pelea de dos grande guapos que sin motivo alguno quisieron probar quien era más varón, como dicen  la gente de las campiñas.

Montalbán, no quitando la mirada a su contrincante envolvió su poncho granate hecho de lana de ovejo merino en la mano izquierda, mientras que con la otra mano sujetaba fuertemente  la cacha de coral de su chaveta. Inclinándose como un gran felino para dar el primer ataque, pero este fue sorprendido por Ovidio que tirándole el poncho sobre el rostro lo atacó  instantáneamente. Los fuertes gritos de aliento de ambas partes asustaban a los caninos que debajo de las mesas de los ranchos recogían  algunos huesos y algún otro desperdicio. La gente celebraba por adelantado y murmuraba “vastar buena la fiesta”. El macho de Parihuanás rápidamente se quitó el poncho con la mano derecha  rasgándolo por en medio y como un audaz peleador dio salto a un costado. Ñiii…ja se volvió a escuchar la frase de duelo, recogiendo su poncho se puso en guardia. Tomaron aliento ambos guapos y cruzaron la mirada, parecían dos fieras salvajes disputando la presa. Levantando cada uno de sus escudos de lana  se abalanzaron. Las mujeres que tímidamente observaban dieron  fuertes gritos de terror mientras que los varones formados en círculo seguían avivando con la famosa frase de reto. Córdova, un poco más fortachón y con más experiencia en duelos incrustó la filuda arma en la lista del poncho llegando a cortar parte del antebrazo del peleador. El dueño y amo de las inmensas pampas de Parihuanás fue sintiendo el inmenso escalofrío, lo que avivó más las llamas de  su furia. ­_ ¡No te dejes Montalban- bailalo - tú eres más ligero! Se escuchaba desde los alrededores, dándole ánimo al cholo que estaba herido. La sangre empezó a discurrir, pero el guapo pampeño no se amilanaba. Los contrincantes no bajaban la mirada, giraban sin bajar la defensa y de vez en cuando atacaban. Fue  así que Ovidio Córdova en un instante que retrocede, resbala y cae fuertemente de espaldas. Montalbán, rápidamente se le abalanza, pero dando vueltas logra escapar  y pararse  en un santiamén. Nuevamente entran en ataque. Sudorosos y cansados los grandes guapos botaban baba y espuma por la boca. Al mismo tiempo, sentían  la garganta seca por los efectos del alcohol. Así lucharon casi media hora pero el cansancio, la sangre que derramaba y el incesante sol  los iba debilitando. La fuerza decaía y solo avanzaban a dar pasos lentos, pero el júbilo de los observadores había ascendido por los efectos del licor. De pronto se escuchó un golpe fuerte como si algo hubiera quebrado. Montalbán había dado un gran salto y había arremetido contra el cuerpo de su opositor.  Sacando fuerzas de donde no hay había dado una certera puñalada, incrustando su filuda arma en el brazo de Ovidio. La herida había sido muy profunda; el  fuerte  suspiro de aquel desdichado hombre enmudeció a los espectadores, que retomaron la confianza en el “habiliducho” peleador. Heridos los dos procedió la pelea agarrando más ánimo en los desafiantes. Quince minutos más pasó desde aquel  fatídico corte y a pesar de los esfuerzos que cada uno hacía nadie se atrevía a atacar. ¡Zas mijito!  Decían y repetían constantemente los varones, cuando de vez en cuando alzaban su mano para golpear los debilitados contrincantes. Las mujeres de aquellos grandes corceles se hacían la idea de la gran cantidad de gastos que correría para realizar su entierro; pensaban en la cantidad de comida  y bebida que iban a repartir durante los nueve días. Por otra parte se les venía el sentimiento de aquellos hijos que se iban a quedar sin el calor paterno  e iban a crecer con resentimiento y con la esperanza de vengar su muerte algún día cuando ellos crezcan.

Casi una hora habían luchado los guapos hombres; derramando sudor, sangre y valentía. Un grupo de personas que  veían que la pelea no daba para más decidieron apartarlos. Ya  separados fueron tomando aliento y el color de su piel fue volviendo a la normalidad, pidieron un trago de licor para calmar la sed y juraron encontrarse otro día para ver quién sería el vencedor. La gente que observaba siguió degustando de la fiesta de manera normal.

Por la noche, el baile  popular a ritmo de pika seguía muy ameno en aquella casona ubicada en la esquina de la plaza. Las “chinas  de pampa grande, Culcas y Parihuanás sudorosas bailaban  su música preferida, mayormente la escuchada en las emisoras ecuatorianas; sacaban polvo del arcilloso suelo en el viejo local, que en cada fiesta religiosa era escenario de grandes enamoramientos y disputas por algún amor que en silencio llevaba por dentro aquel cholo trabajador. El pago de una moneda por su canción preferida no se hacía esperar, la juventud que con anterioridad habían juntados platita para gastarla en la fiesta, pagaban por escuchar y bailar su música elegida, los corriditos, marineras y huaynos cajamarquinos era de su preferencia. La china que pretendía ya la habían sacado a bailar varias veces; las miradas cabizbajas, los apretones de manos y las palabras de galanteo se contrapunteaban con la letra de la música que bailaban. No solo era un pretendiente que sacaba  a la “guambra” más agraciada a bailar, sino que la musa era enamorada por más de un guapo galanteador. Las miradas de reto y los empujones eran más seguidos por parte de los pretendientes.

En el embeleso de la fiesta y los estragos del licor, explota la gran disputa por demostrar quién es el más varón o guapo que se llevará el trofeo femenino. Las bailonas y bailones rápidamente abrieron  cancha”, los retadores, que  al compás de la música se escuchó decir la frase de reto original ¡Ñiii…ja!,  dando comienzo a lo infaltable en  las tradicionales fiestas populares de nuestra serranía piurana. Cada uno con poncho envuelto en mano izquierda, no dejaban de señalarse y mirarse con enorme furia. La espada y chaveta eran las únicas armas que se enfrentaban. Los guapos, como dos gallitos de pelea se abalanzaban  dando grandes picotazos y enormes quejidos. La habilidad de dominar la chaveta le hacía frente a la gran espada que a planazos hacía retroceder al contendiente que hábilmente respondía con diestros picotazos en el poncho, dejándolo rasgado y deshilachado. Hábiles opositores, descendientes de aquellos mortales valerosos que hicieron frente a la guarnición chilena en plena guerra del pacifico y que ante la superioridad militar no se amilanaron, querían imponer su valentía.

Era una trifulca entre quien tenía más dominio de chaveta y espada, aquellas armas  que en otras riñas se habían dado muy fuerte. Por una parte,  un diminuto hombre con facciones  indígenas, de color trigueño, de estatura baja pero con un gran coraje, usaba la filuda y  brillante arma, se le notaba con ganas de salir vencedor. Mientras que por otra parte el mestizo colorado, descendiente de la raza blanca, por tener arma más grande, presumía las de ganar y solo atinaba a dar planazos fuertes  en el cuerpo del opositor. El cholo, que ya le había notado la debilidad, como un fiero salvaje habilidosamente esquivó el espadazo y arremetió un  diestro “chavetazo” en la espalda a la altura del pulmón izquierdo. ¡Ñiii…jaaa! El colorado mestizo retomando fuerzas quiso seguir peleando pero una hemorragia interna lo hizo desmayar, causándole lentamente la muerte. La gente que observaba decía entre ellos ¡la fiesta ta buena! Los más adultos que allí gozaban del baile, envolvieron al difunto en su poncho destrozado y rasgado por los enormes  puntazos y cortes, tapándole la cara con su sombrero chotano, lo pusieron a un costado y siguieron bailando con más algarabía.

El  agorero canto de la lechuza en la noche del día anterior había cantado  anunciando un triste y fatídico final, sentada en las ramas de un enorme puchuguero, parece que presentía lo que iba a suceder. Por la tarde antes de las jaranas populares se había visto pelear con tal intensidad a dos perros “ganachos”, venidos de la parte altina, alegando y presagiando un destino fatal.

Los llantos de dolor y tristeza se escuchaban en una vieja y rustica casita, los dolientes y familiares lloraban a sus ser querido. ¡Así es la vida cumpita! ¡El taita Dios se lo quiso llevar! ¡Murio como varón carajo!Velay cumpita! y pasaban la botella, bebiendo a pico de botella enormes copas de cañazo. El velorio del mestizo congregó a un sin número de gente del lugar. El finado había sido bañado y envuelto en sábanas blancas y tendido en una jerga  multicolor. Solo acompañaban las flores, velas y algunos dolientes que en voz baja rezaban algunas plegarias a nuestro taita Dios, para que lo guarde en su gloria. Los lamentos tristes de las plañideras, evocaban  el lastimero recuerdo del difunto. El salve de las vacas ponía la piel de gallina a los acompañantes.

Salió un pobre una mañana,

donde un rico se acercó,

a pedir una limosna:

¡Señor por el amor de Dios!

El rico a lo que lo vio se hizo el que sonrió:

¡Qué gallardo que buen mozo que limosna me pidió!

 Como siendo tan muchacho y niño de tan tierna edad…

…¡Alerta! ¡Alerta señor!

que un rico se condenó por una corta limosna

 que al mismo Dios le negó.

María rogaba a Cristo: ¡hijo de mi corazón!

¡Por estos pechos que has mamado que esta alma tenga perdón!..

El demonio le dijo a Cristo: ¡cómo es  posible Gran Señor!

Que esta alma, estando pérdida haya alcanzado perdón….

 

Las mujeres en la cocina preparaban el estofado de res con guineos, mientras que afuera se repartía el cañacito. Los varones ya chumaditos, abrazados contrapunteaban sus melancólicos tristes:

Ya me voy, ya me lleva el destinooo..,

Ya me voy para no volveeerrr,

ya me voy por otro caminooo…

dejando a  un quererrr.

 

La vida es prestaditaaa

Hay que saberla valorar,

Diosito es nuestro guía

Al que debemos respetar.

 

Los familiares y amigos listos con botella en mano y su poncho en el hombro se alistaban para meter “cacho”, término que se emplea para señalar a los palos de guayacán que son atravesados paralelamente debajo del cajón mortuorio y que sirve de soporte para cargar al muertito y trasladarlo  cuesta arriba al “panteón”. En la loma del cementerio, algunos familiares cavaban  la tumba, calmando su sed con enormes tragos de “primera”. De vez en cuando anunciaban: ¡Ese ha deser nuestro destino cumpita! y seguían cavando. ¡Jala mijito! Decían los sudorosos cargadores y cambiaban turno para conducir al pesado bulto. Ya con el cajón listo para enterrarlo, amigos y otros familiares se perdonaban y rezaban algunos padres nuestros y Ave María. Tirando algunos terrones daban cristiana sepultura a aquel hombre que batiendo a duelo se disputó su honor, valentía y  gloria.

El rezo duró nueve días y  en cada noche  después de las oraciones se conversaban las más escalofriantes historias que sus padres y abuelos les habían contado. Los varones recordaban sus más grandes proezas realizadas en cada festividad y tomaban enormes copas de cañazo para no sentir temor alguno. Después de los nueve días de rezo, las pertenencias del difunto fueron llevadas a la quebrada más cercana; las amistades y familiares realizan el  tradicional “lavado”, así  mismo  en otros casos las cosas del difunto son repartidas a alguien muy cercano a él. También dejan bien barrida la casa, dicen que para que el muertito no asuste.
 
Mg. José Cosmer Sánchez Troncos
Autor

No hay comentarios:

Publicar un comentario