domingo, 24 de enero de 2016


Los adagios del mítico Chupicarume

Cuentan los mayores que hace muchos años atrás vivía un señor llamado Pedro Quiterio, a quien le contaron esta fantástica historia. Hace mucho tiempo hubo un singular personaje  que respondía al nombre de Natividad Retete Quispe, quién se asentó con su familia en un sitio denominado Japaz, lugar ubicado a un costado del camino por donde se pasaba a la comunidad de Parihuanás. La gente no sabía de donde procedía aquel extraño hombre, algunos especulaban que había venido de Salvia, lugar perteneciente al Distrito de Lagunas y otros decían que era de un lugar llamado Pedregal de Pacaipampa, pero lo cierto es que nadie logró determinar  el lugar de procedencia de éste  extraño forastero. Este hombre era muy trabajador, pero tenía una característica, siempre mantenía una mirada triste y penetrante, como si su mente volaba por otro lugar. Él vivía con sus cinco  hijos, cuatro hombres y una mujer, cuyas edades  oscilaban entre los 16 y 11 años, la menor de la familia era una niña muy bonita, fina y delicada, mientras que la esposa del misterioso hombre era una mujer de finas facciones, muy buena, trabajadora y comprensiva. Este extraño personaje vivía en una casa de campo  la cual tenía una huerta pequeña de media hectárea, en la cual solamente tenía plantaciones de guineo, no siendo  suficiente para mantener  y alimentar a su familia. Un día  este foráneo muy preocupado tubo noticias que en la loma de Chupicarume vivía un “curioso”, esas personas que adivinan la suerte y predicen el futuro. Sin pérdida de tiempo este señor se fue a aquel lugar y efectivamente encontró al adivino el cual, después de dialogar mucho, éste le dio dos sabios consejos: ¡Querido amigo Natividad Retete Quispe te  voy a decir dos adagios: ¡Cuando Dios quiere a la casa a de llegar! y ¡Lo que es del agua, al agua se va! 

          El forastero con estas frases quedó más desconcertado y  sin pedir explicación alguna se fue de regreso a su casa, pero cuando volvió a su hogar, sus vecinos terminaron por confundirlo aún más, al mirar con malos ojos los viajes que hacía, para ellos era un mal comportamiento dejar sola a su familia por mucho tiempo.

             Natividad, aburrido de la situación decidió un buen día alejarse de Japaz abandonando todo y salió a buscar mejor suerte en  otros lares. Y es así como llego a Chililique, lugar ubicado entre los linderos de Chulucanas y Frías, donde se dedicó a ser peón de una chacra en la que le pagaban algo que servía para mantener a su familia, pero a su mente siempre llegaba el recuerdo  de aquellas palabras que le había dicho el adivino de Chupicarume.

         Entre días de trabajo fuerte y gotas de sudor, no doblegaban ni amilanaban a Natividad. En una tarde de faena incansable, la suerte le llega a aquel desdichado hombre, cuando en una esquina de la chacra al dar un lampazo en unas malas hierbas, se levanta un guijarro dejándolo ver claramente la tapa de una olla de barro, la que al destaparla estaba llena de monedas de oro y joyas preciosas .

          Los demás peones que estaban un poco lejos miraban atentos a Natividad el cual demostraba nerviosismo , este hombre astutamente urdió una mentira y  expresó que en ese lugar habían muchas avispas alrededor de una colmena al tiempo que se retiraba tapándose la cabeza con los brazos en señal de protección, visto esto la peonada no se atrevió a acercarse. Natividad, en compañía de sus hijos varones, esperó y aprovechó la noche  para recoger el tesoro encontrado. Con el producto de su hallazgo compró una linda casa con chacra incluida la cual tenía mucha agua, la otra mitad del tesoro lo guardó en secreto para usarlo cuando esté anciano En su recuerdo volvían  los presagios del Mítico Chupicarume, así de esta manera comprobó que se había cumplido el primer adagio cambiando su suerte por completo, como lo dijo el adivino.

        Paso el tiempo y los hijos varones se marcharon  formando nuevas familias, quedando en casa solo la hija mujer, la cual se enamoró y se casó, pero siguió viviendo en la casa de su padre.  Un día de aquellos, el yerno de natividad llegó a ubicar el resto del tesoro, se lo robó, lo malgastó en vicios y en cosas vanas, quedando después de un corto tiempo nuestro amigo Natividad en la miseria, cumpliéndole Allí el segundo adagio. ¡Lo del agua al agua!            

 

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