Los
adagios del mítico Chupicarume
Cuentan los mayores que hace muchos
años atrás vivía un señor llamado Pedro Quiterio, a quien le contaron
esta fantástica historia. Hace mucho tiempo hubo un singular personaje que respondía al nombre de Natividad
Retete Quispe, quién se asentó con su familia en un sitio denominado Japaz,
lugar ubicado a un costado del camino por donde se pasaba a la comunidad de
Parihuanás. La gente no sabía de donde procedía aquel extraño hombre, algunos
especulaban que había venido de Salvia, lugar perteneciente al Distrito de
Lagunas y otros decían que era de un lugar llamado Pedregal de Pacaipampa, pero
lo cierto es que nadie logró determinar
el lugar de procedencia de éste
extraño forastero. Este hombre era muy trabajador, pero tenía una
característica, siempre mantenía una mirada triste y penetrante, como si su
mente volaba por otro lugar. Él vivía con sus cinco hijos, cuatro hombres y una mujer, cuyas
edades oscilaban entre los 16 y 11 años,
la menor de la familia era una niña muy bonita, fina y delicada, mientras que
la esposa del misterioso hombre era una mujer de finas facciones, muy buena,
trabajadora y comprensiva. Este extraño personaje vivía en una casa de
campo la cual tenía una huerta pequeña
de media hectárea, en la cual solamente tenía plantaciones de guineo, no
siendo suficiente para mantener y alimentar a su familia. Un día este foráneo muy preocupado tubo noticias que
en la loma de Chupicarume vivía un “curioso”, esas personas que adivinan
la suerte y predicen el futuro. Sin pérdida de tiempo este señor se fue a aquel
lugar y efectivamente encontró al adivino el cual, después de dialogar mucho,
éste le dio dos sabios consejos: ¡Querido amigo Natividad Retete Quispe te voy a decir dos adagios: ¡Cuando Dios quiere a la casa a de llegar! y ¡Lo que es del agua, al agua se va!
El
forastero con estas frases quedó más desconcertado y sin pedir explicación alguna se fue de
regreso a su casa, pero cuando volvió a su hogar, sus vecinos terminaron por
confundirlo aún más, al mirar con malos ojos los viajes que hacía, para ellos
era un mal comportamiento dejar sola a su familia por mucho tiempo.
Natividad, aburrido de la situación decidió un buen día alejarse de Japaz
abandonando todo y salió a buscar mejor suerte en otros lares. Y es así como llego a Chililique,
lugar ubicado entre los linderos de Chulucanas y Frías, donde se dedicó a ser peón
de una chacra en la que le pagaban algo que servía para mantener a su familia, pero a
su mente siempre llegaba el recuerdo de
aquellas palabras que le había dicho el adivino de Chupicarume.
Entre
días de trabajo fuerte y gotas de sudor, no doblegaban ni amilanaban a
Natividad. En una tarde de faena incansable, la suerte le llega a aquel
desdichado hombre, cuando en una esquina de la chacra al dar un lampazo en unas
malas hierbas, se levanta un guijarro dejándolo ver claramente la
tapa de una olla de barro, la que al destaparla estaba llena de monedas de oro
y joyas preciosas .
Los
demás peones que estaban un poco lejos miraban atentos a Natividad el cual
demostraba nerviosismo , este hombre astutamente urdió una mentira y expresó que en ese lugar habían muchas
avispas alrededor de una colmena al tiempo que se retiraba tapándose la cabeza
con los brazos en señal de protección, visto esto la peonada no se atrevió a
acercarse. Natividad, en compañía de sus hijos varones, esperó y aprovechó la
noche para recoger el tesoro encontrado.
Con el producto de su hallazgo compró una linda casa con chacra incluida la
cual tenía mucha agua, la otra mitad del tesoro lo guardó en secreto para
usarlo cuando esté anciano En su recuerdo volvían los presagios del Mítico Chupicarume, así
de esta manera comprobó que se había cumplido el primer adagio cambiando su suerte
por completo, como lo dijo el adivino.
Paso el
tiempo y los hijos varones se marcharon
formando nuevas familias, quedando en casa solo la hija mujer, la cual
se enamoró y se casó, pero siguió viviendo en la casa de su padre. Un día de aquellos, el yerno de natividad
llegó a ubicar el resto del tesoro, se lo robó, lo malgastó en vicios y en
cosas vanas, quedando después de un corto tiempo nuestro amigo Natividad en la
miseria, cumpliéndole Allí el segundo adagio. ¡Lo del agua al agua!
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