El
carro fantasma
Los viajes cansados y agotadores de
niños, mujeres y hombres eran interminables. Con la esperanza de conocer la
ciudad, en busca de un futuro mejor, se trasladaban conjuntamente con los
animales, en los pesados y lentos camiones “DOCHE”. El cansancio era inmenso de
aquel viajero, la fatiga era penetrante y aún más se incrementaba cada vez que
el chofer hacía su parada en algún restaurante de los caseríos, que ubicados al
filo de la trocha, se convertían en locales de fanfarrea y comelona. Los
carreros dueños amantes de más de un amor en cada lugar, hacían lo que se les
antojaba y los pasajeros estaban supeditados a lo que ellos querían.
En aquellos tiempos donde el centro
poblado de San Jorge era, sin lugar a duda, un pueblo endiosado por tener
preferencia por casi todos los viajeros, así como contar con la vía de acceso
más importante del distrito y porque en aquel lugar era obligación parar a
tomar desayuno, almorzar o merendar y a veces calmar la sed con alguna
cervecita. Allá por los años 80 por esa
antigua trocha carrozable que une Chulucanas con el centro poblado de San Jorge y el pueblo de Frías, fue testigo de un
extraño y asombroso acontecimiento. En las empinadas curvas del cerro “El
Tuno” lugar ubicado entre el caserío de Poclús y la quebrada que baja
de la Cría y Naranjo. Wilo , era uno más
de esos “carreros” que transitaban por esa antigua ruta y, era dueño de un camión color azul , el que era
conducido por Concepción Chumacero Ambulay, natural
de Quinchayo, caserío perteneciente al distrito de Santo Domingo.
Este señor contaba que cierto día se hizo muy tarde por fallas
mecánicas, justamente por estas sólidas curvas del Tuno, y que es conocido
por muchos por su difícil y empinado
acceso para subir en carro por la ruta. Aproximadamente llegando a la media
noche, entre la inmensidad de la penumbra, unas luces resplandecientes
alumbraban a lo lejos, al parecer eran de un carro que viajaba a toda prisa,
formando revoltosas nubes con el viento
frio y el polvo penetrante de la
arcillosa carretera, al parecer como si se tratará de un
fuerte remolino. Cuando de pronto
al acercarse a la segunda vuelta observaron la luz que bajaba, casi por lo alto de la carretera
y como esas curvas son muy cerradas casi no se puede dar pase a otro carro,
entonces el plantó prudentemente el vehículo que conducía para que la otra
movilidad que bajaba pasara sin ningún contratiempo. El asombro de los
pasajeros colmo por varios minutos, esperando ver quiénes eran. Los viajeros
esperaron pacientemente que pasara, de pronto solo se produjo una inmensa polvareda
dejando muy oscuro el lugar y no vieron carro alguno que bajaba, cuando se percataron
todos los que viajan en el vehículo de Concepción que el otro carro pasaba por
encima de ellos con las luces encendidas, como si se desbarrancara por aquellos
abismos pedregosos. Un frío inmenso se apodero de sus cuerpos, seguido de
olores nauseabundos sintiéndose mal los pasajeros los cuales apuraron al chofer y le pidieron
que salga inmediatamente del lugar, pero
por coincidencia el motor del carro se apagó y no encendía por más insistencia
del conductor, esperaron unas horas y el
carro encendió el motor, llegando a
Frías en la madrugada muy asustados. Los asustados pasajeros en el transcurso del viaje
a cada momento se encomendaban a sus santos devotos y a la divina providencia.
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