domingo, 24 de enero de 2016


El carro fantasma

Los viajes cansados y agotadores de niños, mujeres y hombres eran interminables. Con la esperanza de conocer la ciudad, en busca de un futuro mejor, se trasladaban conjuntamente con los animales, en los pesados y lentos camiones “DOCHE”. El cansancio era inmenso de aquel viajero, la fatiga era penetrante y aún más se incrementaba cada vez que el chofer hacía su parada en algún restaurante de los caseríos, que ubicados al filo de la trocha, se convertían en locales de fanfarrea y comelona. Los carreros dueños amantes de más de un amor en cada lugar, hacían lo que se les antojaba y los pasajeros estaban supeditados a lo que ellos querían.

En aquellos tiempos donde el centro poblado de San Jorge era, sin lugar a duda, un pueblo endiosado por tener preferencia por casi todos los viajeros, así como contar con la vía de acceso más importante del distrito y porque en aquel lugar era obligación parar a tomar desayuno, almorzar o merendar y a veces calmar la sed con alguna cervecita. Allá por los años 80  por esa antigua trocha carrozable que une Chulucanas  con el centro poblado de  San Jorge  y el pueblo de Frías, fue testigo de un extraño y asombroso acontecimiento. En las empinadas curvas del cerro “El Tuno” lugar ubicado entre el caserío de Poclús y la quebrada que baja de la Cría y Naranjo. Wilo , era uno  más de esos “carreros” que transitaban por esa  antigua ruta y, era dueño de  un camión  color azul , el que  era  conducido por Concepción Chumacero Ambulay, natural de Quinchayo,  caserío  perteneciente al distrito de  Santo Domingo.

Este señor contaba que  cierto día se hizo muy tarde por fallas mecánicas, justamente por estas sólidas curvas del Tuno, y que es conocido por muchos por  su difícil y empinado acceso para subir en carro por la ruta. Aproximadamente llegando a la media noche, entre la inmensidad de la penumbra, unas luces resplandecientes alumbraban a lo lejos, al parecer eran de un carro que viajaba a toda prisa, formando revoltosas nubes  con  el  viento frio y el polvo  penetrante de la arcillosa carretera, al parecer como si se tratará de  un  fuerte remolino.  Cuando de pronto al acercarse a la segunda vuelta observaron la luz  que bajaba, casi por lo alto de la carretera y como esas curvas son muy cerradas casi no se puede dar pase a otro carro, entonces el plantó prudentemente el vehículo que conducía para que la otra movilidad que bajaba pasara sin ningún contratiempo. El asombro de los pasajeros colmo por varios minutos, esperando ver quiénes eran. Los viajeros esperaron pacientemente que pasara, de pronto solo se produjo una inmensa polvareda dejando muy oscuro el lugar y no vieron  carro alguno que bajaba, cuando se percataron todos los que viajan en el vehículo de Concepción que el otro carro pasaba por encima de ellos con las luces encendidas, como si se desbarrancara por aquellos abismos pedregosos. Un frío inmenso se apodero de sus cuerpos, seguido de olores nauseabundos sintiéndose mal los pasajeros  los cuales apuraron al chofer y le pidieron que salga  inmediatamente del lugar, pero por coincidencia el motor del carro se apagó y no encendía por más insistencia del conductor,  esperaron unas horas y el carro encendió  el motor, llegando a Frías en la madrugada muy asustados. Los  asustados pasajeros en el transcurso del viaje a cada momento se encomendaban a sus santos devotos y a la divina providencia.

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