domingo, 24 de enero de 2016


El encanto del Guandur

 

             El lenguaje popular con que se cuentan fascinantes historias hacen creíble por momentos, que lo que dicen, es verdad. La gente serrana, muchas veces antes de que empiece a caer la penumbra suelen narrar alucinantes historias, aluden que no se debe de salir a la hora mala porque te puede asustar “la cosa mala”. Todo ese conjunto de creencias y supersticiones se han enraizado en las mentes del poblador serrano y que son evocados en los momentos de soledad, paz y tranquilidad. La idiosincrasia popular ha creado pensamientos ingenuos en las mentes de la gente y ha creado temores basados en lo que escucharon.

 

Una de esas historias fantásticas es la que sucedió hace tiempo en el caserío de Parihuanás, lugar alejado del pueblo de Frías y que está rodeado de esplendidas pampas y verdes campiñas, regadas por los más cristalinos riachuelos y en cuyas alfombras verdes sacian el hambre diversas aves migratorias, los mejores ganados y donde el campesino diariamente cultiva los tradicionales productos alimenticios. Algunos lugareños guardan celosamente el recuerdo de muchas alucinantes historias y que son contadas en las frías tardes de plenilunio  por los más veteranos de la familia. Le voy a contar ¡mijito!...-Hace muchos años por esas tierras vivía  Juan  Soto, hombre amante a la buena vida, al placer y a disfrutar de buenas fanfarreas del cual siempre terminaba extasiado por efectos del maldito licor. Él bebía hasta más no poder, derrochando lo poco de dinero que juntaba ganando en alguna faena agrícola y  gastándolo en aguardiente y en cigarros. Entre copas de cañazo y alucinado por el humo de tabaco, Juan consideraba más importante los vicios que el propio bienestar de su familia y  muchas veces  descuidaba sus obligaciones como padre y esposo.

 

            Un buen día muy temprano  alisto su “gata” o fiambre como se le llama a la comida, que llevan en su alforja hecha de hilo, para así poder saciar su hambre en las largas faenas, se despidió como quiera de sus hijos y esposa y fue a trabajar.  Como de costumbre durante y al término de las labores  junto con los demás “peones empezaron a tomar cañazo, dicen que pa’ no cansarse y tomar aliento. Don Juan tomó y tomó hasta emborracharse por completo, sus amigos se fueron antes que oscureciera el día, otros un poco más tarde, dejándolo solo envuelto en su usual ponchito de lana de oveja. Después de  buen tiempo de haber quebrantado la borrachera, es decir dormir por un momento, se despertó y como quiera se puso de pie y emprendió el regreso a su casa. La luz de las luciérnagas era lo único que lo alumbraban por los zigzagueantes caminos derechos, el chirriar de los grillos y cantares tristes de las aves nocturnas ,hacían que Juan sintiera un escalofrío penetrante, conforme avanzaba, la  mente adormecida  por momentos llegaba a su normalidad, pero a la vez llegaban a él esos relatos tenebrosos que sus padres y abuelos le contaron .Los nervios cundieron el cuerpo de aquel hombre y en el fondo de la oscuridad alcanzó a ver una hermosa mujer la cual lo llamaba con insistencia diciéndole con voz dulce y melodiosa: -¡Ven!!Ven! ¡Ven conmigo! , Te voy a enseñar muchas cosas bonitas y preciosas que te van a gustar mucho, don Juan muy sorprendido pero galante a la vez, fue donde se encontraba la mujer la cual comenzó a llevarlo hacía un jardín bellísimo y multicolor. Grande fue la sorpresa de don Juan al ver que ésta extraña mujer se iba convirtiendo en “Guandur”, que por estos lares se dice que es un enorme   gato negro con ojos de color rojo brillante y que los antiguos dicen que es el mismo “demonio” convertido en felino. Al pobre Juan se le fue quitando totalmente la borrachera comenzando a dar gritos desesperados emprendiendo carrera tambaleando  por efectos del cañazo y con  miedo hasta que llegó a su casa , él cual ingreso rápidamente, dando un fuerte empujón a la puerta que despertó a toda su familia, los que se levantaron de la cama saliendo a ver lo que sucedía encontrando a don Juan tirado en el piso de tierra de la sala botando espuma por la boca y la nariz, al momento le dieron de beber agua bendita, la que siempre acostumbran tener por precaución y tienen por tradición de sus antepasados darle a alguien que le sucede algo parecido. Ellos esperaron pacientemente que se tranquilizara  el moribundo hombre y pueda contar “parejito” lo sucedido.

 

          Cuenta la gente que desde ese día don Juan abandonó para siempre el vicio del trago , nunca más volvió a tomar y se recogía temprano a su casa cuando asistía a las juntas y reuniones y cuando la noche lo ganaba pedía posada  regresando al día siguiente a su casa sin haber probado licor alguno.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario