El encanto del Guandur
El lenguaje popular con que se
cuentan fascinantes historias hacen creíble por momentos, que lo que dicen, es
verdad. La gente serrana, muchas veces antes de que empiece a caer la penumbra
suelen narrar alucinantes historias, aluden que no se debe de salir a la hora
mala porque te puede asustar “la cosa mala”. Todo ese conjunto de creencias
y supersticiones se han enraizado en las mentes del poblador serrano y que son
evocados en los momentos de soledad, paz y tranquilidad. La idiosincrasia
popular ha creado pensamientos ingenuos en las mentes de la gente y ha creado
temores basados en lo que escucharon.
Una de esas
historias fantásticas es la que sucedió hace tiempo en el caserío de Parihuanás,
lugar alejado del pueblo de Frías y que está rodeado de esplendidas pampas y
verdes campiñas, regadas por los más cristalinos riachuelos y en cuyas alfombras
verdes sacian el hambre diversas aves migratorias, los mejores ganados y donde
el campesino diariamente cultiva los tradicionales productos alimenticios. Algunos
lugareños guardan celosamente el recuerdo de muchas alucinantes historias y que
son contadas en las frías tardes de plenilunio por los más veteranos de la familia. Le voy a
contar ¡mijito!...-Hace muchos años por esas tierras vivía Juan Soto,
hombre amante a la buena vida, al placer y a disfrutar de buenas fanfarreas del
cual siempre terminaba extasiado por efectos del maldito licor. Él bebía hasta
más no poder, derrochando lo poco de dinero que juntaba ganando en alguna faena
agrícola y gastándolo en aguardiente y
en cigarros. Entre copas de cañazo y alucinado por el humo de tabaco, Juan
consideraba más importante los vicios que el propio bienestar de su familia y muchas veces descuidaba sus obligaciones como padre y
esposo.
Un
buen día muy temprano alisto su “gata” o
fiambre como se le llama a la comida, que llevan en su alforja hecha de hilo,
para así poder saciar su hambre en las largas faenas, se despidió como quiera
de sus hijos y esposa y fue a trabajar.
Como de costumbre durante y al término de las labores junto con los demás “peones” empezaron a tomar cañazo, dicen que pa’ no
cansarse y tomar aliento. Don Juan tomó y tomó hasta emborracharse por
completo, sus amigos se fueron antes que oscureciera el día, otros un poco más
tarde, dejándolo solo envuelto en su usual ponchito de lana de oveja. Después
de buen tiempo de haber quebrantado
la borrachera, es decir dormir por un momento, se despertó y como
quiera se puso de pie y emprendió el regreso a su casa. La luz de las
luciérnagas era lo único que lo alumbraban por los zigzagueantes caminos
derechos, el chirriar de los grillos y cantares tristes de las aves nocturnas ,hacían
que Juan sintiera un escalofrío penetrante, conforme avanzaba, la mente adormecida por momentos llegaba a su normalidad, pero a
la vez llegaban a él esos relatos tenebrosos que sus padres y abuelos le
contaron .Los nervios cundieron el cuerpo de aquel hombre y en el fondo de la
oscuridad alcanzó a ver una hermosa mujer la cual lo llamaba con insistencia diciéndole
con voz dulce y melodiosa: -¡Ven!!Ven! ¡Ven
conmigo! , Te voy a enseñar muchas cosas bonitas y preciosas que te van
a gustar mucho, don Juan muy sorprendido pero galante a la vez, fue donde se
encontraba la mujer la cual comenzó a llevarlo hacía un jardín bellísimo y
multicolor. Grande fue la sorpresa de don Juan al ver que ésta extraña mujer se
iba convirtiendo en “Guandur”, que
por estos lares se dice que es un enorme gato negro
con ojos de color rojo brillante y que los antiguos dicen que es el mismo “demonio”
convertido en felino. Al pobre Juan se le fue quitando totalmente la borrachera
comenzando a dar gritos desesperados emprendiendo carrera tambaleando por efectos del cañazo y con miedo hasta que llegó a su casa , él cual
ingreso rápidamente, dando un fuerte empujón a la puerta que despertó a toda su
familia, los que se levantaron de la cama saliendo a ver lo que sucedía
encontrando a don Juan tirado en el piso de tierra de la sala botando espuma por
la boca y la nariz, al momento le dieron de beber agua bendita, la que siempre
acostumbran tener por precaución y tienen por tradición de sus antepasados darle
a alguien que le sucede algo parecido. Ellos esperaron pacientemente que se
tranquilizara el moribundo hombre y pueda
contar “parejito” lo sucedido.
Cuenta la gente que desde ese día don
Juan
abandonó para siempre el vicio del trago , nunca más volvió a tomar y se recogía
temprano a su casa cuando asistía a las juntas y reuniones y cuando la noche lo
ganaba pedía posada regresando al día
siguiente a su casa sin haber probado licor alguno.
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