La
Maldición de Frías
En épocas donde los familiares de los conquistadores
empezaron a repartirse las propiedades y tierras colonizadas, aquella época donde los
curas evangelizadores iban asentando la fe cristiana y sellando el símbolo del
cristianismo en las cimas de las huacas y poderosos “apús”, imponiendo el triunfo del catolicismo sobre la gente
idolatra que encontraron viviendo por grupos y esparcida por nuestros
virginales territorios. Allá cuando los descendientes de españoles se habían
compenetrado con los naturales, incluso se habían comprometido con alguna
indígena; cuando los curas hacían uso de su poder religioso para ir
incrementando sus propiedades y valerse de los naturales como peones, para
aumentar su fortuna.
Cuentan que en tiempos pasados trabajaba en Frías el
señor José Hilario Ahumada León,
sacerdote Cajamarquino, descendiente de padres españoles, que durante su
estadía por tierras frianas había acumulado muchas propiedades. Don Ahumada
había solicitado un apoyo para realizar las actividades religiosas, es así como
responden a su solicitud y le envían un sacerdote del hermano país del Ecuador,
al cual lo llamaban Inter. Este
sacerdote se iba a encargar de las celebraciones religiosas de la ciudad;
mientras que don José Hilario, sacerdote responsable de la Parroquia de Frías
atendía sus propiedades en el caserío de Pampa Grande y San Antonio.
El pueblo de Frías recibió con beneplácito
al sacerdote ecuatoriano, el cual se compenetró
fácilmente con los parroquianos de ese entonces, pasaban los días y este
sacerdote demostraba conocimiento y dedicación a su Misión Pastoral dentro de la comunidad
cristiana de Frías. En una oportunidad fue invitado por algunos pobladores
a una celebración de cumpleaños
terminando ésta en el consumo de bebidas alcohólicas y es aquí que el sacerdote
pone de manifiesto sus tendencias manflóricos (homosexuales) besando a los
hombres, sentándose en las faldas e invitándolos a realizar cosas pecaminosas,
al ver estas malas conductas, los moradores por respeto al sacerdote, no soportaba
tan raro comportamiento optaban por retirarse del lugar para evitar mayor
compromiso.
Un día de parranda este sacerdote completamente
borracho se encuentra por la noche con un nieto del cura José Hilario, al cual
lo acosa con sus malsanas costumbres. Este nieto del cura llamado Manuel Ahumada
aconsejó al curita, pero este no le hacía caso e insistía en su afán de
besarlo. El cura insistía en su mal comportamiento y es el momento en que Manuel Ahumada se sale
de la rectitud y el respeto y saca una verbena de toro , la cual es un látigo hecho
con el miembro viril del toro torcido y secado al sol, y empieza a azotarlo
profiriendo frases como: -¡cura de mi…a mí no vas a venir a besarme carajo!,- ¡tú
eres hombre como yo! y lo castigaba con mucha ira por todo el cuerpo llegando a
desgarrarle todas sus vestiduras. El curita lloraba y clamaba -¡Manualito ya no me castigues!,-
¡Déjame que así habrá sido mi mala suerte!, pero el castigo no cesaba; hasta
que para suerte del cura, por ahí unos
borrachos que pasaban cerca del lugar ,se compadecieron y con decisión
defendieron al humillado cura.
Cuando ya
se habían calmado los ánimos el curita adolorido y en tono lloroso profiere
algunas frases de despecho y maldición -¡A
donde iras Manualito por todo lo que me has castigado! ¡Con tus mismas manos te
vas a quitar la vida y envuelto en tu propia sangre te van a encontrar!.... A
eso Manuel responde -¡A mí no me vas a
venir a asustar con esas palabras, más
bien agradece a estas personas si no te hubiese rajado el “espinazo” a beta carajo!
A su regreso el señor cura José
Hilario Ahumada enterado de todo lo sucedido tomó la decisión de enviar de retorno a su
tierra al Inter (sacerdote) acompañado de un par de “propios”
o peones (moradores del lugar) los que a su regreso contaron que en el lugar
conocido como “El salto del Fraile”
hoy conocido como “Mata Mulas”,
camino de herradura a la Meseta Andina, este sacerdote con voz airosa y de
venganza lanzó unas frases, que en el fondo expresaban angustia, dolor y maldición
hacia el pueblo de Frías -¡Pobre pueblo! ¡Ingrato!, ¡es así como me has pagado!
¡Siempre vivirás en el atraso! ¡Nadie logrará tu progreso, hagan lo que hagan!
El enardecido y humillado curita, lanzó palabras malditas para este pueblo que
lo acogió con tanto cariño.
El tiempo siguió pasando inexorablemente
y Manuel Ahumada se compromete con una mujer muy bella, llegando a enamorarse
profundamente, la cual pactó quedarse
con él para quererlo y acompañarlo toda
la vida. Cuentan que por cosas del destino alguien se metió y desanimó a su
pretendiente mujer y cuando Manuel fue a verla para cumplir el compromiso, no
la encontró, sólo supo que se había marchado con otro. Manuel en ese momento llegó
a pensar en las palabras malditas profanadas por el curita ecuatoriano; él se
sintió el hombre más infeliz del mundo y empezó a sumirse en el alcohol,
volviéndose un borracho empedernido.
Uno de esos días que menos se
piensa, cuando el cura se preparaba para recibir a lo grande una visita, Manuel
llegó a su casa luego de una borrachera más, y ya estando en su cuarto le llegó el recuerdo de
la mujer que más amaba y que lo engañó, en esos instantes se escuchó un fuerte balazo,
sus familiares corrieron presurosos a la habitación de donde salió el ruido,
grande fue la sorpresa al encontrar el cuerpo de Manuel en el piso de la
habitación bañado en su misma sangre. La gente murmuraba y decía que se había
cumplido la maldición del cura.
Fue entonces que José Hilario lleno de cólera ordenó que
el cadáver de Manuel no fuera enterrado en tierra santa, sino más bien como un
perro, ya que había malogrado su visita y le había quitado el poder a Dios de
quitarse la vida. Desde esa época la gente cree que la maldición hecha por éste
cura al pueblo de Frías se ésta cumpliendo y se cumplirá como se cumplió con
Manuel Ahumada. La casa donde sucedió la muerte de Manuel Ahumada se encuentra
en la calle Piura como un muro testigo de tan fatal decisión. Hoy esa casa es
habitada por las hermanas Maristas de la parroquia San Andrés de Frías.
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